Irina Echarry

HAVANA TIMES, 1 feb — La Habana parece una ciudad de humo. Los alérgicos o asmáticos estamos metidos en tremendo problema: abandonar la ciudad o quedarnos a pesar de las enfermedades. Abandonar la ciudad no es tan fácil y aunque así fuera ¿a dónde ir para salvarnos?

Ya sé que en otros sitios es peor, pero eso no hace menos serio el asunto.

Quien se levante bien temprano podrá ver una inmensa nube sobre la ciudad. En lugares específicos como el Cristo de Casablanca, se distingue nítidamente la línea que la define.  Es el smog. Lo curioso es que en la Habana apenas hay industrias.

Aunque no conozco las cifras, casi puedo asegurar que el número de fumadores (cada vez más jóvenes) aumenta por año. No es nada raro, las campañas de publicidad de las marcas de cigarros tocan fibras sensibles sobretodo en los adolescentes y aunque no todos tienen dinero para comprar la cajetilla entera, la venta al menudeo los favorece.

Entonces los que no fumamos nicotina estamos expuestos a ella, al alquitrán, al monóxido de carbono, al plomo y al cadmio (entre otras sustancias) que desprende cada cigarrillo que se quema.

Por otro lado el humo gris de la fumigación contra el mosquito Aedes Aegiptys es difícil de evitar dada la propagación de la epidemia de dengue en el país. Así que tendremos que seguir viviendo con el humo penetrando nuestro cuerpo y la peste a luz brillante inundando nuestras casas. Y sin conocer a qué nos arriesgamos pues ¿alguien sabe qué sustancia es la que se utiliza para fumigar?

En la esquina donde vivo, en Alamar, los amaneceres no son nada apacibles. A las guaguas del paradero con su habitual humo negro y el familiar ruido de los cláxons, desde hace un tiempo se añade una flotilla de camiones techados que hacen el recorrido de la ruta P3.

O sea, que ha aumentado la cantidad de motores que se encienden o apagan constantemente expulsando sus respectivos humos ¿a dónde? Pues claro, también a la atmósfera.  Seguimos respirando plomo, hollín, óxido de carbono…

Si a todo esto sumamos el metano de los vertederos y el dióxido de carbono y gases tóxicos de la frecuente quema de basura en la ciudad, no podemos menos que extrañar la época en que el aire era más puro.

La solución no es nada novedosa: utilizar la energía del agua, el viento o el sol que con la industrialización fuimos desechando. Dejar de fumar nicotina definitivamente. Y, además de la bicicleta, volver a desplazarnos en caballos, burros y chivos. Ya me imagino montada en un quitrín de altas ruedas, sorteando los baches de la Habana. Será un viaje más lento, pero sin tanto humo.

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