Cólera en Cuba: Desde Katmandú a La Habana

Graham Sowa

HAVANA TIMES – Con la llegada del cólera a Cuba algunas personas dijeron que esto era un fracaso del aclamado sistema de salud pública cubano, otros que era la consecuencia inevitable de que el Gobierno enviara sus médicos a misiones médicas en el extranjero e invitara a estudiantes foráneos, como yo, a estudiar en la Isla, y algunos no tenían comentarios.

Como de costumbre, muchas historias se pierden con el entusiasmo, la retórica y el silencio oficial que casi siempre acompaña los titulares noticiosos. Intentaré recuperar parte de esa visión que podemos haber saltado en las primeras semanas, ofreciendo una perspectiva más amplia y añadiendo algunas historias personales a lo que sucedió cuando el cólera regresó a La Habana.

Probablemente la enfermedad llegó a Cuba desde Nepal, a través de Haití. El Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos alega que la actual cepa de cólera que asola a Haití, los vecinos al este de Cuba, vino de las tropas de las Naciones Unidas en Nepal. Las tropas de Nepal, como la mayoría de la gente en Haití, dejaban sus residuos humanos en un río (el Artibonite), donde floreció la bacteria y se extendió a través de numerosos ríos y riachuelos de montaña en la mitad montañosa occidental de La Española.

Entonces un día alguien, tal vez un médico, un estudiante, turista o pescador, trajo la enfermedad a Cuba. Es una historia tan antigua como la llegada de Colón. El Nuevo mundo, se encontró con el viejo mundo, suena bien.

En diciembre supimos del brote de cólera en el Oriente cubano. Al principio el gobierno no dijo nada. Después dijeron que había algunos casos, y algunas muertes, pero todo estaba bajo control.

Curiosamente antes de que el cólera llegara a Cuba alcanzó en varias ocasiones a la República Dominicana, Venezuela y Miami (que, geográficamente, se encuentra en los Estados Unidos de América).

Probablemente Cuba pudo evitar estar en el primer grupo de infectados debido a las restricciones de viajes de los cubanos (que cambió a partir del 14 de enero) y el “Programa Nacional para el Control Epidemiológico”, que pone a médicos y a la mayoría de los extranjeros que estudian medicina en la Isla en una cuarentena de 5 a 14 días después de arribar a Cuba procedente del extranjero.

Por supuesto que yo podría estar equivocado, y tal vez el cólera vino de un depósito indígena, o fue un acto de bioterrorismo, pero estas dos ideas son más ridículas que probable.

Así que, mientras que el virus hizo su debut en el Oriente cubano, los habaneros hablaban de otro problema proveniente del “Oriente”.

Probablemente la llegada del cólera a La Habana ocurrió alrededor del primero de enero, la fiesta más grande de Cuba. Alguien viajó desde el extremo oriental de la Isla hacia La Habana y trajo el cólera a la capital.

Supe de los primeros casos sospechosos durante la segunda semana de enero. Digo “casos sospechosos”, porque el diagnóstico confirmatorio de la enfermedad se realiza en el Instituto de Medicina Tropical en el municipio Playa, hacia donde también se transfirieron rápidamente todos los pacientes.

 

De todos modos el comentario callejero, y en los pasillos del hospital, era que estos primeros casos se originaron en el Cerro. Ahí vivo y ahí se encuentra el hospital donde trabajo, el Salvador Allende.

Antes de estar al tanto del brote en el Cerro se debe conocer sobre este municipio habanero. El Cerro no es bien mirado por las personas que no viven aquí. Es considerado un barrio marginal y peligroso, sucio y superpoblado. No estoy de acuerdo con esa evaluación, pero es esa más o menos la única evaluación que he escuchado sobre esta vecindad por parte de personas que viven en otras partes de La Habana.

Así que para la mayoría de los habaneros tenía sentido que el cólera se presentara por primera vez en esta parte pobre de la capital cubana. Pero lo que realmente asustó a la gente fue que la línea de abastecimiento de agua de la ciudad “el canal” recorre todo el Cerro. Por lo tanto, casi todo el mundo en La Habana, incluyendo los finos y de alta alcurnia residentes del Vedado, beben del agua que pasa a través del Cerro.

El personal administrativo y los trabajadores del Salvador Allende reaccionaron rápidamente con la llegada de estos casos de “diarrea aguda”. Una pequeña parte del hospital se convirtió en una sala de “diarrea aguda” en apenas unas horas.

Se restringió el acceso a la sala de “diarrea aguda”. Sólo podían entrar  enfermeras y médicos, vestidos con equipo de protección. Los olores familiares del hospital, que consisten en diversos fluidos corporales humanos, la humedad tropical y el humo del cigarrillo, fueron reemplazados por el irritante, aunque algo reconfortante, olor a cloro.

De repente el cloro fue tan popular como la bandera británica. Nos echaban chorros de este producto en nuestras manos antes de ir a almorzar. Debíamos frotar los pies en pedazos de cartón empapados de cloro antes de entrar al hospital y a los dormitorios. Cada vaso de agua que he bebido desde la segunda semana de enero tiene un sabor característico como si viniera de una piscina.

Pero en medio de la ola de cloro y renovada higiene en esta parte sucia de La Habana, el gobierno aún no decía nada a la población. Al menos nada que yo supiera.

De repente un día, a mitad de enero, ya no podía comprar comida en la calle, todas las cafeterías estaban cerradas. Al principio pensé que los cuentapropistas se habían hartado de pagar sus impuestos y habían decidido formar su propio sindicato de trabajadores y hacer huelga, pero estaba equivocado.

El gobierno decidió tratar de limitar el riesgo de propagación de la enfermedad al disminuir las fuentes de contaminación. Una buena acción en línea con los estándares epidemiológicos.

Creo que aquí es importante señalar (y sé que voy a sonar como un apologista, pero no importa) que aunque el Gobierno cubano no decía nada públicamente sobre el cólera en La Habana, se movían con relativa rapidez para poner en marcha las medidas de control.

Es verdad que en cualquier situación de emergencia epidemiológica existe un protocolo para proteger a la población y otro para informar a la población. Esto es para evitar la desorganización y el pánico que crean las personas que reaccionan tonta e histéricamente ante el peligro.

Por el contrario, me percaté que realmente las cosas mejoraron cuando el Gobierno comenzó a hablar públicamente sobre el brote. En este punto, tal vez un par de semanas después de que vimos los primeros casos, hubo anuncios de servicio público y largas discusiones aburridas en la Mesa Redonda.

Sin embargo, a pesar de que hablaban públicamente sobre el brote, creo que se previó que la situación empeoraría antes que mejorar. Se instalaron más “camas de cólera” en el hospital. Básicamente catres militares con un agujero en el centro para que la diarrea corriera a través él.

Pero los pacientes nunca llegaron. Dentro de una semana la sala de “diarrea aguda” del hospital tomó nuevamente su función anterior, la Sala de Observación,  y una pequeña sección de Emergencias se mantuvo aislada para recibir los poco frecuentes casos de “diarrea aguda”.

Imagino que la situación seguirá así durante un futuro previsible. Igual que el dengue, el cólera ahora se convertirá en otra enfermedad que trabajaremos para erradicarla una segunda ocasión. La reaparición del cólera en Haití, República Dominicana, Venezuela, Miami y Cuba es más que la falla aguda de cualquier ideología política. Es el precio que pagamos, una y otra vez, por una existencia humana altamente móvil, en un planeta rico en diversidad biológica.

 

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