Carta de un joven que vino a Cuba

Graham Sowa

HAVANA TIMES — Escribo esta carta en respuesta a dos cartas abiertas de Rafael y Ivan sobre los pro y contra de quedarse o salir de Cuba.

Queridos Rafael e  Iván,

En la secundaria quise visitar a Cuba. Probablemente este impulso tuvo algo que ver con mi ideología política, profundamente inspirada, pero sin experiencia. Mis anhelos de ir a la Isla se renovaron en la Universidad, esta vez más enfocado, quería ser médico.

Un ciudadano de los Estados Unidos, residente de Texas, convirtiéndose en médico en una isla caribeña socialista. A veces, me gustaría que se hubiera mantenido la ilusión que parecía.

Mi situación de estudiante extranjero en Cuba no es ni excepcional, ni novedosa. Mientras devoraba, el año pasado, la autobiografía de Christopher Hitchen,  Hitch-22,  (por supuesto en Inglés, dudo que sea publicada en algún momento en Cuba), pasaba ansiosamente las páginas de sus primeros años para llegar a la parte donde escribió sobre su verano en Cuba. Esto fue durante la década de los 60. 

Hitchens estuvo en Pinar del Río recogiendo granos de café con otros internacionalistas y tratando de averiguar por qué los cubanos le habían recogido su pasaporte a penas llegó (supongo que por la misma razón que cogieron el mío: por nuestra propia seguridad, a saber lo que esto signifique).

Hitchens escribió con orgullo que él cuestionó la  libertad de expresión en un foro público, por lo que fue rechazado por sus compañeros. Se jactó, también, de repartir literatura en contra de la invasión soviética a Checoslovaquia. Sonreí, y  después me pregunté si no estaba exagerando.

Pero, ¿por qué no confiar en mi héroe literario? Porque soy un extranjero viviendo en Cuba, rodeado de otros extranjeros que también viven aquí, y sé lo que se siente al estar en este país.

La mayoría de nosotros mantiene la cabeza baja; entre nosotros mencionamos los problemas al punto de ser incesantes, y después nos congraciamos con el sistema cubano públicamente.

Lo que yo quiero de ustedes dos, Iván y Rafael, es que se percaten que existe otra opción además de “salir de la Isla” y “permanecer en ella”. Esa otra opción es ir a Cuba.

Es lo que he hecho, y sigo haciendo. Como también hacen los turistas y las personas que buscan refugio político, como mismo hacen los estudiantes que creen en un sistema que no conocen, o los estudiantes que se aprovechan de la oportunidad de estudiar.

Mis razones son numerosas y contradictorias. A veces siento que mi mente es sólo un campo de batalla donde los motivos para venir y quedarme en Cuba marcan un equipo de un lado y otro del impulso de ir.

Sin importar cual bando gane, mi mente alberga las razones que cayeron, valiente o cobardemente, como podría haber sucedido. Así es como se forman las experiencias, experiencias que quiero compartir con ustedes dos.

Creo que los tres concordamos en que la expectativa de mi generación y la de Iván puede describir ampliamente las expectativas de las personas en un mundo globalizado. Uno no tiene que ser parte de esta interconexión para saber que existe, y para contemplar la potencialidad que hay dentro y en todas partes.

¿En qué otro mundo mi deseo de convertirme en médico en Cuba, podría llegar a la realidad que es actualmente.

Como usted dice Rafael, un joven cubano tiene más probabilidades que sus similares no cubanos, de tener en cuenta y poner en práctica los principios de la justicia social, porque el cubano es producto de una sociedad educada.

Y si reconocemos a la Revolución por promover esta justicia social dentro de esta sociedad culta, ¿por qué no podemos confiar en que esos ideales no se puedan mantener de cara a “los estadounidenses”, como usted dijo ampliamente, que “confundirá a la gente” si se desarrollan en Cuba la libertad de expresión y de palabra?

Rafael, estoy completamente de acuerdo con usted en que el sistema político de mi país es una tarea capitalista, que no le importa a la mayoría de los votantes, pues de todos modos, sólo una mitad de nosotros se molesta en votar.

Pero asumir que las únicas opciones están entre el status quo de Cuba y la situación actual de los Estados Unidos es estar corto de vista hasta el punto de ser ciego legalmente.

Permanecer atrincherados en uno u otro sistema es violar la relación, casi biológica, entre juventud y revolución.

Si la batalla es de ideas, como se muestra con orgullo, casi irónico, en el reverso de un billete bancario de 100 CUC, entonces se les debe permitir entrar en conflicto. Sin conflicto no hay debate.

No vine a Cuba para cambiar nada. Vine, y permanezco aquí para convertirme en el mejor médico que pueda ser. Pero tampoco vine a vivir mi vida como un barco que pasa a otro durante la noche, sino para compartir la permanente curiosidad que tenemos los humanos unos de otros, la misma curiosidad que tienen los buenos médicos cada día de su vida laboral.

No existe ningún buen argumento sobre por qué a los cubanos no se les permite hacer lo mismo, sin importar a cuál lugar del mundo entero les gustaría ir.

Además, estoy en desacuerdo en que el movimiento de jóvenes cubanos hacia todo el mundo sea la única garantía de preservar el legado de la Revolución Cubana.

Rafael, hacer cualquier cosa menos abrazar el movimiento de los jóvenes, desde y hacia tu país, es confiar ese legado a las personas que viven aquí temporalmente, como yo: personas que están mal educadas sobre los principios de la Revolución, sin preparación para defenderse contra los siempre listos detractores, y al final del día, encomendado a los autores de la libertad de mi país, tan imperfectos como puedan ser.

Iván, estoy de acuerdo con usted en que la decisión de permanecer o dejar nuestros posibles países no debe nunca ser “juzgado en términos morales”. Sin embargo, el hecho mismo de que usted debe defender su ausencia de su país de origen muestra que este no es el caso.

Quizás, igual que yo, usted también tiene el auto-juicio moral que sale desde su interior.

El otro día salía de la escuela con destino a La Habana. Esto requiere una decisión, ¿debo tomar el autobús o una máquina (taxi colectivo).

A diferencia de los trabajadores cubanos, mi decisión no tiene nada que ver con las finanzas. Puedo pagar fácilmente cualquiera de los dos, y casi siempre opto por la máquina, un viaje de 50 centavos dólar.

Sin embargo, cuando llegué a la parada del autobús, donde también paran las máquinas para recoger a sus pasajeros, me encontré con uno de mis profesores.

Aquí estaba este hombre, quien al igual que su padre cumplió misión internacionalista en Angola. Lo respeto enormemente y tengo una amistad con él. Lo conozco demasiado bien para saber que si me ofrecía a pagar su máquina diría que no.

¿Qué hacer? ¿Me monto en una máquina y lo dejo en la parada del autobús, e invito a la representación simbólica de la brecha socioeconómica que existe  realmente entre nosotros? ¿O espero el autobús, notoriamente lento y lleno?

Opto por la segunda, y tomo un puesto detrás de él en la cola. Y mientras el chofer frena la guagua lentamente hasta detenerla, tengo este zumbido en los oídos de lo vacio de mi intento de solidaridad.

Esta es la Cuba en la que vivo. Aquí soy rico. Tengo un presupuesto mensual con el que no sobreviviría una semana en Estados Unidos, pero me coloca varios peldaños por encima de la clase media cubana. El peso moral de esto raya con la injusticia.

Si soy solo un estudiante, ¿cómo puedo vivir muy por encima de personas que han hecho mucho más de lo que yo pudiera aspirar en mi tiempo aquí en la tierra?

Entonces se complica el asunto más con el hecho de que estudio aquí de forma gratuita. Añádase que los cubanos quedan en mis manos extranjeras e incultas para recibir su derecho constitucional a la salud. ¿Me está entendiendo?

Iván, me gustaría pensar que usted y yo, como dos jóvenes que han abandonado sus patrias, compartimos experiencias similares. Pero incluso en nuestra posibilidad común de viajar seguimos estando muy separados.

Usted llegó a su nuevo país y trabajó desde abajo hacia arriba. Yo llegué aquí mirando hacia abajo desde mi puesto privilegiado. Y aunque sé que hay resentimiento hacia estudiantes, como yo, que estudian de forma gratuita, e incluso escriben en este blog, no he recibido nada de eso en mi cara. Y a veces me gustaría que lo hicieran, para saber que no sentía esto por gusto.

Así que me quedo con un dilema insoluble. ¿Cómo podría incluso argumentar que los jóvenes cubanos deben ser capaces de decir y hacer más en sus propios términos, si veo que me estoy beneficiando del mismo sistema que les dice “NO” con demasiada frecuencia?

Sin embargo sigo viniendo a Cuba, sabiendo que tendré estos sentimientos. Mi único indulto son esos momentos en que aprendo medicina, intercambio con mis colegas cubanos y de todo el mundo, con la esperanza de poder regresar a mi propio país y cambiar las cosas que deben ser cambiadas.

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