Francisco Castro

La gasolinera en Santiago de Cuba donde sucedió la tragédia en septiembre del 2012. Foto: Cubadebate.cu

HAVANA TIMES — De eso ya nos habíamos enterado, cuando el año pasado, ocurrió la explosión en un estación de gasolina en Santiago de Cuba. Esa fue, quizás, una de las demostraciones más dolorosas de la babaza cubana: aquellas personas chapoteando encima de la gasolina derramada, como si fuera agua… por Dios…

Tuve la desgracia de ver las imágenes que casi toda Cuba vio, no precisamente por los medios oficiales, por supuesto, y me dio la impresión de estar contemplando zombis. En fin, que ya no es sangre lo que corre por nuestras venas, no es carne y hueso lo que da forma a nuestros cuerpos, y no es masa encefálica lo que guardamos debajo del cráneo. Los cubanos estamos hechos de babaza.

Eso lo sabemos todos, y no nos importa. Estamos tan confiados en que la babaza que nos posee es tan potente, que no importa que veamos a los que sí tienen sangre caliente y se tiran a las calles, y protestan contra las injusticias, porque están vivos, conocen sus derechos, y sobre todo porque no tienen miedo.

Ojo: no tienen miedo a reclamar sus derechos, y sí a ser alcanzados por el inmovilismo. Eso nunca.

Eso no nos mueve, y es que parece que estamos cómodos con la babaza. Somos violados y lo consentimos, porque es más fácil aguantar un poquito de dolor todos los días, con tal que después de la violación, nos coloquen compresas para aliviar la hinchazón. Estamos enfermos.

Estamos enfermos de inmovilismo. Enfermos de miedo, enfermos de conformismo. El absurdo nos corroe. Vemos cómo nos pudre el cuerpo y no hacemos nada para evitarlo. Preferimos vivir con las extremidades carcomidas y apestosas, antes que extirpar esa extremidad.

La enfermedad de los cubanos no tiene una cura benévola: es una cura de caballos, como la sal que se pone en las llagas de la boca, y se restriega hasta que se hace sangre. Solo así es posible que la llaga se desinfecte y cierre.

La enfermedad de los cubanos se cura con sal. Sal que disuelva la babaza de la que estamos hechos los cubanos. Sal que desinfecte la herida, que arroje el pus afuera, que lo extermine. Sal, antes que la enfermedad se haga venérea.

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