El paseo de los menesterosos

Francisco Castro

HAVANA TIMES — Paralelismos entre la literatura y la vida. Leo en Auster: “Hoy, como nunca antes: los vagabundos, los desarrapados, las mujeres con bolsas, los marginados y borrachos. Van desde los simplemente menesterosos hasta los absolutamente miserables. Dondequiera que mires, allí están, en los barrios buenos como en los malos.”

A diferencia del personaje de Auster, que hace un largo recorrido por las calles de Nueva York, yo camino por la principal arteria del Vedado habanero. No hay que ir más lejos: la calle 23 es el paseo de los menesterosos.

Concentrados en dos tramos fundamentales: entre las calles G y L, y en la zona de 23 y 12. Es curioso. En estas áreas se concentran los cines y cafeterías más populares del barrio. Ambos establecimientos, destinos preferidos de estas personas “desamparadas” que, en los últimos tiempos, dan muestras de crecimiento en el número de afiliados.

Es terrible la existencia de estas personas en las calles. Sucias, apestosas, y descontroladas. Es terrible y preocupante.

Pensemos, durante dos minutos y medio, en las razones por las que estas personas están en esas situaciones, se mantienen ahí, inamovibles, a todas vistas sin perspectivas de cambio.

Pensemos en las consecuencias de que existan en número creciente. Les cuento dos de las que me han tocado vivir. Podrán pensar que son insignificantes, aisladas, representativas de nada. Yo pienso lo contrario, porque… ay con las pequeñas cosas…

Uno. En el Café Literario de 23 y 12, mientras mi amiga se leía mi último guión y yo esperaba ansioso su veredicto, tragando un café tras otro.

Este señor, con todas las características de un abandonado: vestuario, accesorios, olor, ocupa una mesa a continuación de la nuestra y comienza a dedicarnos pequeñas obscenidades, referentes a coitos y cochinadas por el estilo.

Lo más lógico hubiera sido ignorarlo, pero su cercanía y desfachatez amenazaban con roces y salpicaduras indeseadas. Le digo entonces, amablemente, que por favor, estamos trabajando, y ahí comienza el gran escándalo.

Entre otro señor que parecía conocerlo y una de las camareras del Café lograron aplacarlo y sacarlo del lugar. Pero por un tiempo mi amiga y yo estuvimos temerosos de que al salir, el señor nos estuviera esperando con sus desvaríos y amenazas.

Dos. En el cine Chaplin una película programada por la Cinemateca de Cuba. Un señor, cuyo olor impregnó la sala climatizada, lanzaba comentarios soeces sobre la película. Alguien lo mandó a callar, y ahí comenzó el gran escándalo.

Nadie lo pudo calmar. Se fue solo, antes de que se terminara la película, pero no sin antes molestar a alguna que otra persona del público, sin contar con los largos minutos de interrupción, y el hedor que nos acompañó hasta el final.

Auster: “[…] Sacos de desesperación, cubiertos de harapos, las caras magulladas y sangrantes, avanzan por las calles arrastrando los pies como si llevaran cadenas. Dormidos en las puertas, tambaleándose entre el trafico, derrumbados en las aceras, parecen estar en todas partes en el momento en que los buscas. Algunos moriran de inanición, otros moriran de frio, otros serán apaleados, quemados o torturados.”

Para mí, estas personas son el reflejo en un espejo gigantesco, en el que se mira Cuba.

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