Allí, en la calle G

Ernesto Carrolero

Calle G de noche. Foto: Caridad

HAVANA TIMES — El “Parque G” es sin dudas uno de los lugares que más recordaré, y también la mayoría de mis compañeros de estudio.

Ir allí, podría decirse que te envolvía en un aire rebelde y te dotaba de cierta relevancia entre los amigos a quienes no dejaban ni asomarse por esa zona.

Cuando nos sentábamos en uno de los bancos a los que a menudo le faltaban tablas y poníamos en el suelo una botella de “vino” casero (que nos vendían a 1 cuc), nos sentíamos como si estuviéramos en el mejor lugar del mundo.

Allí no éramos supervisados por nuestras familias ni por los profesores. Era como un micro nación que tomaba vida cuando oscurecía. Allí íbamos a parar los que en cierta manera no teníamos una familia tradicional, y no me refiero a que proviniéramos de familias marginales sino más bien incompletas. Por la ausencia de alguno de los padres (ya por cumplir misión internacionalista o haber emigrado definitivamente, o por estar preso por cualquier motivo); los que no tenían otro lugar al que ir, los que para ellos G era su casa ya que no se sentían a gusto en la suya.

El hecho de estar en “G” te hacía sentir ciertamente libre.

Allí no importaba lo que eras porque no hay prejuicios de si tienes dinero o no, de si eres o no inteligente, si tienes una u otra orientación sexual…

Mientras caminábamos podíamos ver a un grupo tocando una canción de Joaquín Sabina o coreando un estribillo del Micha pero sobre todo, se escuchaba rock. Podían verse algunos un poco o muy drogados pero la actitud general es bastante pragmática: “Mientras no se metan con nosotros…” A fin de cuentas todos van allí porque quieren hacer lo que quieran. La policía deambula pero prefiere no hacer mucho, sabe que entre la concurrencia no es nada popular.

La espontaneidad es notable, te puedes hacer amigo de cualquiera sin esfuerzo y el clima es tranquilo.

Un grupo juega a la pañoleta en medio de la acera y otros se pasan una lata escachada como si fuera un balón de fútbol. Es increíble que un acto tan infantil entretenga a esta edad pero no hay mucho que hacer. Aquí las reglas sociales han sido replanteadas y sinceramente a los demás no les molesta ningún acto tuyo.

Puedes ponerte a gritar, a correr, o subirte a una estatua cuyo nombre jamás has mirado. Esta proeza es generalmente aplaudida y ha provocado que en los lugares más oscuros se coloquen potentes focos e incluso cámaras.

A pesar de todo “G” es un lugar de sueños rotos. Siempre hay alguien que llora por algo, o por alguien que le falta. El embriagarse con un vino amargo no llega a ser tanto un acto de diversión como un intento de evadirse. Porque entre vómito y vómito llaman bajito, para no molestar, a quien le gustaría que sujetara su cabeza.

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