Tradición y Modernidad pugnan en El Calvario

Erasmo Calzadilla

Calle del barrio Eléctrico

HAVANA TIMES — La noche del viernes 17 de octubre del presente año un grupo de ómnibus urbanos que descansaba en el paradero El Calvario, en la periferia de la urbe, fue averiado intencionalmente. Después de varias décadas de hibernación la palabra sabotaje vuelve a estar en boca de la gente.

A dos semanas del suceso ni la policía ha encontrado a los culpables ni los carros dañados han regresado a circulación.

Lo anterior ocurrió muy cerca de mi barrio natal, el Eléctrico. Si quieren conocer el trasfondo de los hechos aquí les cuento.

El reparto Eléctrico es un asentamiento suburbano de los típicos que construyó la Revolución en los años setenta.

Ya en los ochenta se respiraba cierta prosperidad: mercados bien abastecidos, funciones de cine los fines de semana y guaguas recorriendo sus calles con relativa frecuencia.

Pero entonces llegó el Periodo Especial. Vaciándose los mercados, destruyese el Cine y de profundos baches colmárnosle las rectilíneas calles. Algún que otro vehículo de pasajeros cruzaba sus desiertas avenidas contadas veces al día.

Para salir del barrio rumbo a la ciudad había que andar más de un kilómetro hasta el paradero del Calvario desde donde partían los Camellos. No todo el mundo puede caminar esa distancia. Los viejos y los enfermos se lo sentían en el alma, y en la noche lo sufrían especialmente las mujeres; el trayecto tiene partes oscuras donde acechan pajusos y arrebata-cadenas. Por esas razones y por la comodidad la gente se puso de lo más contenta cuando aparecieron los coches de caballo.

Cochero. Foto: Ernesto Pérez Chang

Los cocheros eran, por lo general, muchachones desenvueltos, rudos y marginales. Su onda wild cultivó a una juventud carente de perspectivas: “Levantaban” a las más hermosas muchachitas y los adolescentes trataban de imitarlos. Para entender su popularidad es preciso añadir que ganaban muy buena plata.

Un peso no es mucho dinero salvo si eres un humilde estudiante o un simple trabajador y tienes que hacer el trayecto todos los días, de ida y de vuelta. La entrada en escena de La Guagüita significó un respiro.

La Guagüita era una especie de bumbunchácata remolcado por un tractor ruidoso; iba más rápido que los coches y, sobre todo, costaba más barato. Fuimos “felices” por un tiempo.

Y se calienta el party

Pero viendo peligrar sus altos ingresos los rudos cocheros le declararon la guerra. La ponchaban, le robaban o estropeaban las piezas, sobornaban a los choferes y mecánicos para que la mantuvieran fuera de servicio o los amenazaban si se negaban a cumplir sus deseos. Al final lograron su objetivo.

Las autoridades de la comunidad contraatacaron fijando el precio del viaje en coche en cuarenta centavos. Los cocheros respondieron a la medida pasándosela por el forro de los colchones; fue el cenit de su popularidad.

Llegó el general y mandó a parar

Un omnibus P6. Foto: bibliotecahellen.blogspot.com

Unos años después, las nuevas leyes raulistas reconocieron legalmente el oficio de cochero y al mismo tiempo lo gravaron con impuestos. No sé si por sinvergüenzas o viéndose contra la pared, lo cierto es que subieron el peaje a dos pesos. La gente refunfuñó, protestó, maldijo, rezongó… y al final pagó.

El penúltimo episodio de esta historia comienza cuando, a petición de los habitantes del Eléctrico, una de las rutas de guagua del paradero El Calvario fue desviada hacia el interior del barrio. No había visto tanta contentura popular desde la última vez que Industriales ganó el campeonato.

Tanta alegría que nadie ha reparado en el impacto que los pesados y modernos autobuses están provocando en lo que queda de calles.

En un escenario de prosperidad y desarrollo las vías de comunicación son reparadas con regularidad; en tiempos de declive energético (ya lo hemos vivido) el pavimento se hunde y el cráter permanece por los siglos de los siglos. De aquí a un año o dos no habrá calle sana ni para las guaguas ni para el retorno de los coches de caballos.

Si la gente tuviera una vaga idea de lo corta que va a ser la felicidad en casa del pobre evitaría esa falsa solución y trataría de negociar con los cocheros.

Pero no, el pueblo no tiene el conocimiento de lo que se avecina, la unidad, la autoestima, la certeza de su fuerza y otras cualidades imprescindibles para rechazar los regalitos del Estado y poner contra la pared a los cabrones mercanchifles que intentan, y casi siempre logran, sacarle el quilo.

El último capítulo de este cuento ya lo conocen: alguien dañó los ómnibus articulados que ya circulaba por el Eléctrico. La policía no ha dado con los culpables pero todo el mundo sospecha de esos “terroristas con peste a caballo”.
—–
Camello: Rastra de carga adaptada al transporte humano. Fueron creados durante el Periodo Especial.

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