Erasmo Calzadilla

Mi cara de vicioso.

HAVANA TIMES — ¿Alguno de ustedes ha padecido un vicio? Pues yo sí.

Uno de ellos: la masturbación. Me da cierta pena hablar de eso pero lo intentaré, será mi  modesto aporte a la desmitificación de un tabú demasiado persistente.

A la masturbación llegué relativamente tarde; tarde pero seguro. Tuve la suerte de contar con magníficos maestros y fui un discípulo aplicado. Durante el servicio militar, un amigo recluta que hoy no cuenta entre los vivos me indicó el camino hacia la transmutación de la técnica en arte.

Escuchando sus floridas narraciones aprendí a maximizar el placer y los beneficios que una buena paja puede brindar. La novedad consistía, básicamente, en meneársela con suavidad, en recrearse mentalmente con el rabo entre las manos sin apurar el momento de la eyaculación.

Gracias a Frank dije adiós al estilo rápido y furioso que dominó mi adolescencia. ¡Y cuántas ventajas! Ahora una paja podía durar lo que un turno de guardia internado en el monte custodiando un polvorín. Una buena manera de mantenerse despierto y con el ánimo arriba pese al sueño, el cansancio, el hambre, los mosquitos y la fundidera por tener que estar ahí.

Pasaron años antes de que recibiera la segunda gran lección (que en realidad es continuación de la primera), esta vez de la mano de ciertos místicos seguidores de Castaneda y las Enseñanzas de Don Juan.

Esos castanedistas amigos míos cultivan una técnica ancestral (en realidad pseudo-anestral) que consiste en meneársela por tiempo indefinido. De esa manera logran mantenerse largo rato en el precioso estado psíquico que precede a la eyaculación, pero sin llegar a efectuar.

El objetivo último es propiciar estados de supraconciencia y sabiduría, y de paso evitan el desgaste de energías vitales y la tristeza que a menudo acompaña a la salida del fluido seminal. Como para intentarlo ¿no?

Pues bien, practiqué y practiqué insistentemente, sufrí terribles dolores de cojones hasta que al fin le cogí la vuelta. ¿O habrá sido ella a mí?

Todavía estoy esperando los estados de supraconciencia y sabiduría pero no importa, como quiera que sea el legado de los místicos ha sido muy valioso y se agradece.

Hoy por hoy puedo pasarme días enteros en la placentera actividad, que por demás constituye un formidable ejercicio para el sistema cardiocirculatorio y una palanca sin igual en el control del ánimo y el estado de atención.

Unos toman café, otros valium y otros mastican hojas de coca, pero en la intimidad de mi cuarto consigo mejores efectos zarandeándomela de rato en rato.

Sin embargo lo que en principio era un Medio terminó convirtiéndose en Fin; que no estaría mal como fin si logras evitar que la vida se te escurra por el orificio del pene. ¿Y se me estaba? A veces pienso que sí.

Las numerosas veces que intenté domarlo terminaba más enganchado que antes; tuve que esperar a los treinta largos para conseguir acaso pastorearlo.

Y no es que mi voluntad sea ahora más firme que antes, es que al filo de los 40 las hormonas no tienen el mismo vigor, gracias a dios. Tampoco se trata de abandonar la práctica, basta con evitar que hegemonice la vida.

Y si usted, querido lector, sufre de un vicio tan sabroso, disfrútelo mientras la salud se lo permita.

De mis otros vicios, los que todavía me revuelcan a su antojo, trataré en próximas entradas; no se las pierda.

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