Erasmo Calzadilla

Foto de archivo de Caridad.

La ola de alborotos que vive el mundo árabe ha tocado también a Siria. El presidente de este país medio oriental, Bashar al-Assad es hijo del anterior Hafez al-Assad, quien impulsó junto a Gadafi la unidad árabe frente a la ambición colonialista de las potencias occidentales.

Gran empeño este, pero fracasó, y luego a los líderes de esas repúblicas socialistas les dio por heredar los cargos del Estado dentro de la propia familia. Parece que el “Socialismo” de Estado en los países tercermundistas suele degenerar a dinastía.

El caso es que la mención y las imágenes de ese país me recordaron a un sirio que tuve el gusto de conocer.

Maruan, así se llamaba aquel guajirito del desierto, llegó a Cuba a finales de los 80; ¿objetivo? estudiar medicina. Por entonces tenía poco más de 20 años y era un joven muy muy diferente de lo que puede ser un cubano de la misma edad. Maruan se enamoró y casó con mi hermana, y pasó a ser un miembro querido de la familia, así que tiempo fue lo que me sobró para contagiarme con su extraña energía.

Para entonces yo cursaba la secundaria y sufría como solo puede hacerlo un adolescente tierno y dulce en medio de un entorno hostil. Por entonces pensaba que lo normal era la violencia entre las personas; el que estaba mal era yo y debía a toda costa enmendarme. Gracias a dios apareció Maruan y trastocó esta manera ver las cosas.

¿Cómo describirlo? Maruan era un hombre de palabra, un muchacho que no mentía nunca por respeto no a dios o a su tradicción, sino a sí mismo. Su rostro reflejaba una tensión moral (realmente vivida), una seriedad, muy diferente al de las personas que abundan por estas coordenadas.

Buenaso, se la pasaba ayudando al que podía, cosa que le quedaba orgánico y lindo. Pero además beligerante, orgulloso, exagerado y celoso con los que quería. Cuidadito con tocar a alguien de mi familia.

En comparación con él, mis conocidos comenzaron a parecerme cobardes, futiles, frívolos, inconstantes; alegres, pero vacíos y crueles. Empecé a rechazar con fuerza la identidad del cubano común a partir de la comparación con aquel joven árabe.

Como eran los 80, también abundaban en nuestro país personas cuyo esqueleto moral se conformaba alrededor de eso que llaman principios revolucionarios. Era también gente dispuesta a morir (todavía quedan algunos, lo se) por la causa en que creían, pero mi olfato psicológico me hacía dudar de ellos sin entender la razón. Como a muchos de mi generación, apatía era lo que me infundía la machacadera con los hérores.

Hurgando en el pasado del joven sirio entendí, poco pero intensamente, algo de su cultura; y quedé fascinado. De las historias que más me impresionaron y recuerdo está la de la relación con sus amigos.

Contaba él que los chicos de su pueblo de la misma generación eran como hermanos. Por supuesto, también bronquiaban entre sí, pero cuando ocurría, lo resolvían de una manera tan elegante y sabia (con ayuda de los viejos), que la riña terminaban hermanándolos más.

Los amigo-hermanos de Maruan hacían algo que para mí era sencillamente increible: trabajaban las vacaciones en el campo para ayudar a los más pobres a pagarse estudios superiores. Y parece que lo hacían por genuino cariño, y no porque alguien se los ordenase, siquiera la tradición.

Otra cosa, eran anti-yanquis rabiosos. En mi secundaria los chicos pintaban banderitas norteamericanas en las paredes y las mesas, idolatraban a artistas y deportistas de ese país, e inventaban antenas para coger la música del yuma. Nunca ví a nadie dar los saltos que pegaba aquel sirio cuando supo de una derrota militar yanqui en algún lugar del mundo.

Relacionado con eso; la mayoría de los jóvenes cubanos que yo conocía trataban de evadir el servicio militar por cualquier vía: partirse un hueso, filmar de gays o de locos, pagar … en fin lo que fuese por librar.

Sin embargo los amigos de Maruan se enlistaban voluntariamente, y además llenos de convicción y entusiasmo. Una vez dentro eran tan osados y esforzados en los ejercicios militares que a menudo se lesionaban; uno de ellos murió de esa manera. Esas y otras muchas historias me dejaban boquiabierto, confundido.

Ahora ya de viejo comprendo mejor mi seducción de entonces. Fue la reacción propia de un chico alienado que había crecido en medio de una cultura sin raíces, con una identidad manoseada y colonizada.

Un niño así, que de pronto roza y se deslumbra con una tradición milenaria pero viva, donde los lazos comunales y familiares todavía no han sido destruidos por las saetas capitalistas ni totalitarias pseudosocialistas.

Hoy sé que idealicé mucho a Maruan y todo lo que él representa, pero igual le agradezco un mundo el giro que dio mi vida al conocerle.

Hace unos 20 años que no sé nada de él; donde quiera que esté le envío un cariñoso saludo. Ojalá su pueblo resuelva rápido los problemas que padece, sin la ayuda de la OTAN.

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