De cómo pasé el fin de año

Erasmo Calzadilla

Una calle de Alamar. Foto:Caridad

HAVANA TIMES — En esos días festivos generalmente me recojo, me escondo. No me gusta la felicitadera, me desesperan los gritos de dolor que emiten los puercos cuando los apuñalan, y la alegría ambiental termina por entristecerme.

Por eso busco la manera de huir o encerrarme, que fue lo que intenté en esta ocasión. No solo, sino con mis chicas (una de carne y hueso y otra de apellido Pentium); que recluirme con ellas suele ser agradable.

Pero no lo conseguí del todo.

Décadas atrás, en mi barrio y aquí en Alamar, los vecinos esperaban el aniversario del triunfo de la revolución en un ambiente comunitario relativamente agradable, pero desde entonces la situación ha cambiado considerablemente.

El 31 de diciembre la gente permanece en sus casas con amigos, familiares y vecinos cercanos; y son los muchachones del barrio los que acaparan el espacio que antes ocupaba el CDR.

Los muchachones del edificio donde vivo, y de otros por los alrededores, ponen reguetón a to’meter cada vez que se les presenta una oportunidad. Es tal el volumen que no te deja escuchar nada, ni dentro de tu propia casa.

En esos casos suelo asumir que no hay nada que hacer y opto por encerrame en un cuarto, cosa que hice esta vez aprovechando las condiciones climáticas. Pero la madre de mi compañera (vivo con ella actualmente) no se resigna.

La madre de mi compañera es una magnífica mujer a la que quiero y respeto. Me encanta complacerla y hacerla sentir bien. A ella le ilusiona esperar el fin de año acompañada de su familia y escuchando los programas especiales que transmiten por televisión, y veía con tristeza y angustia que su sueño quedaría, una vez más, incumplido. (El televisor apenas se escuchaba y nosotros estábamos trancados en una habitación).

Entonces, en un ataque de rebeldía y molestia, la doña se ajustó los pantalones y quiso salir a llamarle la atención a los muchachones (que estaban bebiendo y ya medio borrachos) para que bajaran la música, “…porque ellos no pueden estar molestando así a todo el mundo. ¡Tengo 500 caballos galopando dentro de mí!”, decía la gallarda.

Entonces tuvimos que salir del cálido encierro a intentar convencerla de que no, que no era el momento oportuno etc. Empecé a prepararme psicológicamente porque veía que el fin de año podía complicarse.

Pero no, logramos tranquilizarla y al rato, vencida mas no convencida, se acostó. Y luego nosotros a intentar dormir, mientras la gente festejaba.

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