Cesen las torturas en Guantánamo

Erasmo Calzadilla

Baracoa. Foto: Lazaro Gonzalez

Dicen que Baracoa es uno de los rincones más lindos de este país, sobre todo para los fanáticos a la naturaleza y los encantos femeninos.  Por eso un verano hace como 2 o 3 años mi amigo Onel y yo cogimos carretera y haciendo autoestop llegamos a la “tierra caliente.”

Nos pasamos un semestre soñando el viaje y reuniéndo los kilos imprescindibles.  El plan era encaramarnos a una de las sierras de Guantánamo para luego ir bajando por el cauce de un río rumbo a la “ciudad primada.”

Todo fue a pedir de boca hasta llegar al puesto de control a la entrada de Guantánamo; ahí el viaje se complicó.  Sin otro motivo que nuestra pinta la policía nos bajó del transporte público en que viajábamos y nos condujo a los infernales calabozos de una estación.

Caímos separados, en celdas ya habitadas por nagüitos (así se llaman unos a otros los guantanameros) que resultaron ser magníficos compañeros pero al principio eran solo bultos oscuros regados por el piso-cama.

Ambos sufrimos un ataque de nervios que para Onel fue de alucinaciones y para mí de claustrofobia y falta de aire.  Solo entraba oxígeno por una ranura pegada al techo y la rendija bajo la puerta, que era muy estrecha.  Por acercar mi nariz a esa rendija llegué a acostarme sobre un charco de agua de baño; aún así me asfixiaba.  Quería gritar, pedir auxilio, pero tenía miedo a la reacción de los otros cautivos; ¿a que me golpearan? no, a que me separaran de la puerta y me ahogara.

En algún momento me dormí o perdí el conocimiento; al otro día fui inmensamente feliz al comprobar que podía respirar sin problema en cualquier rincón del pequeñísimo cubículo.  Mi organismo se adaptó rápido a la falta de oxígeno pero cualquiera que ande un poco flojo de salud se muere, seguro que se muere.

Los oscuros bultos resultaron ser un “veterano sacrificador ilícito de ganado” y un joven carterista; ambos llevaban semanas en las “ablanda hombres” sin ablandarse (es decir sin confesar el crimen que les achacaban).

El merecido apodo “ablanda hombres” se lo deben a que son tan cerradas y hace tanto calor dentro que es como estar en una olla de presión al fuego; las voluntades más firmes suelen debilitarse en semejante ambiente.

Tampoco hay camas para dormir y todo está siempre oscuro, pero es preferible porque cuando encienden el bombillo de bujía te fríes.  Los hombres en ese ambiente emanan una peste ácida que nunca antes había respirado y ya nunca más olvidaré.

Mis camaradas eran tipos sociables.  Compartíamos sin lío nuestras magras pertenencias (pasta, jabón) y la pasábamos chachareando y cantando, aunque a veces pasaban horas de absoluto silencio, y otras de llantos y golpes a la pared.  Aún así procuraban animarme: “habana a ti te botan mañana, nosotros sí estamos jodíos.” Pero mañana no llegaba.  Por ellos supe que a muchos campistas independientes les estaban dando el mismo tratamiento.

Dos veces me sacaron a un salón luminoso y climatizado para los interrogatorios (pude ver que eran cerca de 20 celdas como “la mía”).

Entre agitones y amenazas me presionaban a confesar que nuestro destino real era la Base Naval de Guantánamo; así, porque les daba la gana a ellos.  Y me moría de rabia, una rabia que no me abandonó ni un segundo de los que estuve encerrado.

De rabia me negué a comer desde el primer día, pero ellos no se dieron por enterados.  Tampoco nos permitieron hacer ni una llamada telefónica; habíamos prometido llamar a casa antes de internarnos en el monte; nuestras madres estaban desesperadas.

Con la cuarta mañana vino al fin la libertad y la “invitación” a abandonar de inmediato la provincia.  De ingenuo me puse a discutir con el guardia, a protestar por la violación de mis derechos y él a defender lo indefendible, pero se le agotó la paciencia rapidísimo.

Ya lo tenía arriba manoteándome y me hubiera agredido o encarcelado nuevamente si otro uniformado no menos hijeputa pero de sangre fría no hubiese intervenido.

Igual tuvimos que salir echando de la provincia; nunca llegamos a Baracoa.

En el calabozo la piel se me llenó de ronchas y erupciones, la peste no se me quitó en varios días, de la desorientación mental nos recuperamos muy lentamente, pero lo peor fue y sigue siendo el haber sido pisoteados y humillados en nuestro propio país.  Por eso cuando oigo un cuento de horror y misterio ejecutado por un agente del orden interior no me sorprendo.

Hice una reclamación legal.  A los seis meses me citaron para explicarme que no hubo violación alguna y de paso advertirme que si ponía otro pie en Guantánamo debía notificarlo de inmediato o disponerme a ser apresado otra vez.  Fue como revivir la tortura.

Sé que desde hace años la Base Naval de Guantánamo es un centro de tortura administrado por los EE.UU.  cuyas víctimas carecen de amparo legal.  Este diario es para llamar la atención sobre lo que está sucediendo en la más oriental de las provincias cubanas.

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