Al disiparse la neblina

Erasmo Calzadilla

Hay Tiempo. Foto: Yosvani Deyá

Ya conté una vez aquí lo que encontré en el preuniversitario del marginal y conflictivo barrio de Mantilla donde recién conseguí trabajo como profesor: falta crónica de docentes, descontrol, una historia de fraudes que ha facilitado el paso al nivel medio superior de estudiantes que no saben leer fluidamente o restar, abundancia de alumnos problemáticos e indisciplinados prestos a boicotear las clases, broncas con arma blanca entre los pinos nuevos, vínculos demasiado estrechos entre maestros y estudiantes… En fin, desde mi punto de vista, un desastre.

Sin embargo me siento en la obligación y el gusto de aclarar que detrás de esta primera y funesta impresión he comenzado a apreciar el trabajo titánico de un grupo, sobre todo de docentes, que anda echando el pulmón por la boca con tal de revivir al muerto.

El sacrificio de estos profes nada tiene que ver con el misérrimo salario que ganan ni con el trato que reciben del ministerio, al que habitualmente califican de ingrato (el más dulce de los epítetos con que lo nombran), sino con la voluntad y el deseo de que las cosas marchen bien, aun sabiendo que la batalla yace de antemano perdida.

Ellos me han levantado el ánimo cuando he estado a un pelo de colgar los guantes, pero son ellos mismos los que se escandalizarán y me echarán cuando sepan de mis criterios políticos y mis “andanzas.”

Puede que sean meros prejuicios, ojalá, pero eso me huele al ver el entusiasmo y la convicción con que preparan ridículos actos de reafirmación revolucionaria a ser representados por los estudiantes en los matutinos y vespertinos de la escuela.

En medio de tales rituales sufro por un instante la amarga sensación de que nada ha cambiado desde los 80, que estamos destinados a seguir eternamente en lo mismo, que nunca vamos a salir de este profundo bache, etc.

Pero con una rápida ojeada a mí alrededor se me alivia el desconsuelo: es cierto que no hemos salido del bache, pero los ritos “revolucionarios” están fuera de lugar, definitivamente.

Bueno nada, ese es el balance de la segunda impresión: no todo está podrido, pero los incorrompibles yacen cristalizados y aferrados a una ideología fósil. Veamos que me muestra la tercera.

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