Un viaje a los orígenes

Elio Delgado Legón

Santo Domingo, Villa Clara. Foto: Elio Delgado Valdés

HAVANA TIMES — En días pasados realicé un viaje de tres días a mi pueblo natal: Santo Domingo, en la provincia de Villa Clara, para visitar a familiares y amigos. El viaje me sirvió también para recordar hechos y situaciones que marcaron mi vida desde muy pequeño.

Visité el lugar donde viví desde los siete años hasta los 12. Era un bohío con paredes de yagua y techo de guano, similar a los que construían los indígenas antes de la colonización española. Mi padre lo hizo en una pequeña esquina de la finca que mi abuelo materno tenía arrendada desde que era joven, pues allí nacieron todos sus hijos. La esquina quedaba al lado del camino y a unos cien metros de la línea central del ferrocarril.

Entre mi bohío y la línea férrea solo quedaba el camino y una pequeña loma en la que algunos niños contemporáneos conmigo y yo pasábamos horas deslizándonos sentados sobre yaguas de palma real. Era un entretenimiento tonto, pero a falta de otros juguetes nos servía para pasar el tiempo libre.

Han pasado casi 70 años, y aunque ahora la loma me parece más chiquita, todavía está allí, entre el camino y el ferrocarril, y yo, sentado en la cima, traigo al presente muchos recuerdos de aquella época. Nunca entendí y todavía no concibo, por qué mi tío, que era quien administraba la finca, no le dio a mi padre la oportunidad de trabajar un pedazo de tierra, al menos para que garantizara la vianda de consumo, pues la finca tenía áreas ociosas, tal vez por el egoísmo y la falta de solidaridad que imperaba en aquella sociedad.

Sentado sobre la loma de mi infancia, recordé cuando muy cerca de allí, al lado del camino, un matrimonio joven hizo su casa de tablas de palma y la pintaron toda de blanco. A los pocos meses, la muchacha estaba embarazada y cuando llegó la fecha del parto la llevaron para el hospital de la provincia. De allí regresó con su bebé, pero comenzó a darle fiebre, y como no había un ginecólogo que la examinara, cuando la llevaron al hospital ya era demasiado tarde. Nunca más aquella alegre casita blanca abrió sus puertas.

Recordé también cuando mi abuelo, que se estaba quedando ciego, venía con su bastón hasta mi casa para que mi madre le echara gotas de limón en los ojos, pues decía que eso le aclaraba la vista. Tal vez tenía cataratas, pero no había un oftalmólogo que lo examinara y lo operara, y murió completamente ciego.

Allí está todavía, al otro lado de la línea férrea, el milenario algarrobo debajo del cual muchas veces yo me sentaba a meditar y dejar correr la imaginación.

Recordé cuando un mal día, mi tío nos comunicó que había vendido la acción de la finca para irse a vivir y trabajar a la capital de la provincia y nosotros teníamos que buscar otro lugar donde vivir, pues el nuevo dueño no quería a nadie viviendo en la finca. Nunca más vi a mi abuelo vivo, pues al poco tiempo falleció.

Recordé muchas cosas más, que harían demasiado largo este relato, pero no puedo dejar de mencionar a un amigo que cada vez que se encontraba conmigo me contaba muchas cosas, con gestos y señas, que yo no entendía, pues él era sordomudo y nunca tuvo la oportunidad que existe hoy, de asistir a una escuela especial para aprender a leer y a escribir y comunicarse con el lenguaje de señas.

Son solo algunos de los tantos recuerdos de mi infancia, que he querido compartir con los lectores de mi diario en Havana Times.

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