En torno al Día Internacional de la Infancia

Por Elio Delgado Legón

Una abuela con nietos. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES – El primero de junio se “celebró” el Día Internacional de la Infancia, instituido por la Asamblea General de la ONU en 1956. Y pongo celebró entre comillas porque en muy pocos países la infancia puede celebrar su día.

Pienso en los miles de niños que mueren sin poder festejar esa fecha, por enfermedades que pueden ser curadas o evitadas con vacunas. Pienso en los miles que mueren cada día de hambre, por no tener un poco de comida que llevarse a la boca. Pienso en los miles que son masacrados y desplazados en Palestina ocupada, por las frecuentes agresiones de Israel.

También pienso en las niñas que son secuestradas y violadas por los miembros de organizaciones terroristas en algunos países de África. Pienso en los infantes que mueren en el mar Mediterráneo, tratando de alcanzar territorios europeos para escapar de la violencia y el hambre en sus países de origen.

Igualmente, pienso en los miles que llegan sin sus padres a la frontera sur de Estados Unidos, también huyendo de la violencia, el hambre y las drogas, en países de la parte centro-sur del continente y que son tratados como animales, encerrados en jaulas y violados todos sus derechos.

¿Cómo tendrá que ser la vida de esos pequeños en sus tierras, cuando los padres deciden mandarlos solos para una nación extraña, con otras costumbres y donde se habla otro idioma? Solo en una situación desesperada, un padre o una madre pueden tomar una decisión como esa.

Mi propia infancia

También pienso en mi propia infancia, que transcurrió en el campo de nuestro país, empobrecido, carente de atención médica y de educación, con un 57 por ciento de analfabetismo. Pasan por mi mente, como en una película, la inmensa cantidad de situaciones que impactaron mi infancia y mi adolescencia.

Así acuden a mis recuerdos escenas de hambre, no por carencia de comida, sino de dinero para comprarla y de trabajo donde ganar honradamente el sustento de la familia.

Vienen a mi mente aquellos desayunos de agua con azúcar prieta, caliente para calentar el estómago, porque no se podía comprar leche. Recuerdo cómo por las tardes, al no tener merienda, cuando mi madre podía cocinar arroz, que no era todos los días, yo me sentaba en la cocina a esperar que ella le sacara el agua al arroz y me llenara mi jarrito y con eso mitigaba en algo el hambre.

Como consecuencia del hambre sufrida en esos primeros años de mi infancia, mi organismo no resistió y el médico que me atendió me diagnosticó una debilidad pulmonar que me obligó a hacer reposo absoluto durante casi tres años, con el correspondiente retraso escolar.

Evoco, igualmente, que durante el período de clases en la escuela primaria, el receso de media mañana era para mí un descanso de la atención en el aula, pero también una frustración por no tener una merienda para mitigar el hambre ni contar con el dinero necesario para comprarle al viejo que venía y se sentaba en el patio de la escuela con un cajón lleno de golosinas que solo costaban uno o dos centavos.

Después de salir de la escuela al mediodía y caminar dos kilómetros hasta mi casa, me esperaba un almuerzo que consistía en un plato de harina de maíz, y cuando era posible lo acompañaba un pedazo de boniato hervido. Después debía caminar dos o tres kilómetros más para llevarle ese almuerzo a mi padre, que estaba trabajando en el campo, haciendo carbón de marabú, que luego costaba muchísimo trabajo vender.

Así transcurrió mi infancia, también cargada de momentos tristes y frustraciones, al no poder recibir un pequeño regalo el Día de Reyes o no poder realizar otros sueños a los que me he referido en otras ocasiones.

Celebrar el Día Internacional de la Infancia en medio de todas esas condiciones que he descrito, agravadas ahora por una pandemia que obliga a los niños a mantenerse encerrados en sus casas para evitar el contagio, es una quimera imposible de lograr.

Más que el Día Internacional de la Infancia, la ONU debiera buscar la forma de obligar a todos los países ricos a que trabajen para darle mayor felicidad a la infancia en todos los países del mundo. Con eso estaría garantizando un futuro de paz y de felicidad para todos los pueblos, ya que como expresó el héroe nacional cubano, José Martí, los niños son la esperanza del mundo.

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