Arroz pre-cocido con quimbombó

Elio Delgado Legón

Okra.  Foto: ecured.cu

HAVANA TIMES — Nadie piense que voy a escribir sobre una receta de cocina. Hace poco, hablando con unos amigos sobre los tiempos de nuestra niñez y juventud, yo les decía que si a algo yo le haría un monumento sería a la harina de maíz, pues esa me había salvado la vida al no dejarme morir de hambre.

Todavía están frescos en mi memoria aquellos platos de harina de maíz con que mitigaba el hambre cuando llegaba de la escuela, después de cuatro horas y media de clases, sin merienda y caminando más de dos kilómetros.

Cuando aquella harina se podía acompañar con un pedazo de boniato hervido y algo de manteca, se hacía más fácil su ingestión, pero muchas veces era sola y sin manteca. Era un bocado difícil, pero nos mantenía en pie, estudiando y trabajando.

Recientemente, recordando los momentos difíciles que nunca debemos olvidar, mencionaba otro plato que me sacó de muchos apuros: el arroz pre-cocido, acompañado de quimbombó hervido. Ese también tiene su historia y merece ser recordado.

Por problemas de salud o más bien de hambre, perdí tres años de escuela, por lo que terminé el sexto grado casi al cumplir 16 años. Como sabía que no podría estudiar una carrera universitaria, opté por la carrera de Contabilidad en la Escuela Profesional de Comercio, cuyas clases eran de noche, lo que me permitía trabajar para pagar el pasaje y otros gastos de la escuela.

Como lo que ganaba no me alcanzaba para viajar todos los días, faltaba algunas veces y después copiaba las clases por otros compañeros. Esa situación se mantuvo durante los dos primeros años, pues cobraba muy poco despachando gasolina en una pequeña estación de servicio.

Trabajaba hasta las cinco de la tarde y salía corriendo en bicicleta para mi casa a dos kilómetros de distancia. Mientras me bañaba, mi madre me preparaba lo que hubiera para cenar, porque tenía que volver al trabajo para que el otro compañero fuera a comer, y a su regreso yo iba a tomar el ómnibus que salía para la capital provincial, Santa Clara, pues las clases comenzaban a las ocho de la noche y terminaban a las 11.

Hubo una etapa en que mi madre no sabía qué inventar para ponerme algo en la mesa. En ese tiempo, el arroz más barato que se vendía era el pre-cocido, también llamado vitaminado, pero a pesar de tener un sabor agradable, comerlo solo, sin algo que lo acompañara se hacía difícil.

En el patio de mi casa habían crecido unas matas de quimbombó (okra), y cuando comenzaron a fructificar vi una solución para comerme aquel grano. Por algún tiempo, cuando llegaba del trabajo revisaba las matas de quimbombó y arrancaba dos o tres, que mi madre me hervía en un jarrito y me los servía junto con el arroz pre-cocido, que así se hacía más fácil de digerir.

Con ese solo alimento en el estómago, tenía que asistir a las clases, y cuando regresaba cerca de las 12 de la noche, el olor a pan caliente que venía de la panadería del pueblo, agudizaba más mi hambre. Si tenía los dos centavos que costaba un pequeño y delicioso pan ovalado que vendían a esa hora, podía ir a dormir con algo en el estómago, pero muchas veces no tenía ese dinero y tenía que irme a dormir con el estómago vacío.

Por todo eso, considero que, aunque la harina de maíz tiene el número uno para hacerle un monumento, el número dos lo tiene el arroz pre-cocido con quimbombó.

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