La belleza prerrafaelista de las muchachas cubanas

Dmitri Prieto

Inglaterra no es un país de muchos pintores famosos. Quiero decir, famosos tanto como los renacentistas italianos, los barrocos de Flandes u Holanda o los impresionistas franceses (entre otros). Al menos no tan famosos como Leonardo, Rubens, Rembrandt, Gauguin, Picasso o Dalí. Pero hay una corriente típicamente inglesa del arte que floreció durante la época victoriana (siglo XIX), en pleno capitalismo efervescente de la revolución industrial. Es la corriente prerrafaelista.

Los cuadros de Rossetti, Hunt, Millais y Morris, entre otros, no se destacan por enfocar contradicciones sociales (aunque algunos portan la marca de éstas). Todo lo contrario: en su mayoría, son retratos de personas, reales o legendarias, contemporáneas con sus artistas o no.

Muchas de esas obras son de gran belleza. Pero hay para mí un detalle muy intensamente significativo. Es el modo en que los prerrafaelistas conciben las imágenes de las mujeres.

Si nos fijamos en la Venus Verticordia, las varias Ofelias, Proserpina o la Dama de Shalott –obras de estos y otros pintores prerrafaelistas- lo que más impresiona es el rostro como enajenado, carnívoro, despersonalizado de las mujeres que ahí aparecen. Sus expresiones faciales son efectivamente expresivas, pero no hay cariño en ellas.

Es como si los músculos del rostro estuvieran movidos con precisión por pequeñas máquinas de vapor, hasta lograr con exactitud la configuración exterior deseada. Belleza, sí. Pero sentimientos muy específicamente modulados por una rigidez del diseño estético.

Nada que ver con las mujeres del Renacimiento, de los impresionistas o de los peredvizhniki rusos. Puro mensaje denso de belleza condensada en superficies que recubren cuerpos deseables, pero donde el deseo termina justamente en el cuerpo. Nec plus ultra: no más allá.

Así, camino por La Habana o voy en guagua por los alrededores de nuestra Capital, y me fijo en las chicas de entre 13 y 25 años. Casi todas con labios intensamente pintados y ropajes adaptados al deseo del cuerpo. Ojos elaboradamente delineados. Algunas con piercing/tattoo. Muy bello todo: bellas chicas.

Sólo que algo falta. Sé que está allí. Pero la joven estética femenina imperante en un país en plena transición focaliza la belleza en la superficie. Nec plus ultra: no más allá.

Razono: ¿afinidad con las traumáticas vivencias de la revolución industrial en aquella otra y norteña isla?

En mi corazón nace entonces un rechazo. No a las chicas ni a la belleza, sino a los nuevos códigos sociales que hacen que sus almas sean fagocitadas por la operativa y eficaz decisión carnívora. En vez de amputación (Orwell), las almas devienen objeto del canibalismo estético. Lo odio. Es la belleza prerrafaelita de las muchachas cubanas.

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