El nuevo ciclo de los gadgets de sonido ¿solidario? Compartido

Dmitri Prieto

HAVANA TIMES — Hubo un tiempo en que el radio de transistores “de bolsillo” era una novedad. La gente andaba con sus radiecitos pegados a una de sus orejas, oyendo música de su gusto o la pelota.

Después de la era de los radios de complejas válvulas de vidrio al vacío, que eran todos unos muebles domésticos, resultada sorprendente ver como un aparato del tamaño de una jabonera podía cumplir la misma función.

Lo mismo pasaba con las grabadoras/reproductoras magnetofónicas de casete, que reemplazaban a complejos aparatos que parecían “de estudio” y a los finos tocadiscos.

Yo no llegué a vivir esa época. Sí recuerdo, en cambio, las famosas reproductoras walkman, la llegada del CD, y también la gestación de una cultura que parecía ir a contracorriente de la miniaturización.

Si bien la walkman y después la discman lograban (para quienes poseían tales artilugios) una experiencia plena de sonido hi-fi en estéreo directo a los oídos, apareció una categoría de personas -jóvenes y no tanto- que iban por ahí (por ahí por las guaguas, por ahí por los parques, por ahí por las playas) con enormes aparatos sonoros dotados de par de bocinas de alta potencia. Lo interesante es que muchas veces iban solos y no como parte de un grupo de amigos fiesteros-callejeros, con esas cosas echando sonido para consumo individual propio y también “solidariamente” compartido con el resto de la comunidad humana de la guagua, del parque o de la playa.

¡A tales individuos intimar con un pequeño radio a transistores o un walkman les parecía ridículo!

Después vino el sonido mp3 y toda la parafernalia de buen audio digital, iPod incluido. Así como los teléfonos celulares que tienen todo un centro musical en su interior.

Pero… ¡vuelve la tendencia de hace ya un cuarto de siglo!

La gente no se anda conforme con sus miniaturas, consumiendo cada cual su música, y las empresas chinas responden con gadgets de colores en tono de pastel, que parecen cuerpos geométricos simples como cubos, cilindros o conos (nunca he visto un dodecaedro, perdón por la palabrota) –de por sí incómodos de sostener, pero dotados de singular belleza-… y una potencia de audio que no sólo sustituye los audífonos sino también hace posible la música “solidariamente” compartida con el entorno.

A los aparatos se les meten unas flash con un montón de mp3 guardados (casi siempre reguetón), y la satisfacción musical de alto gusto estético de todo un ómnibus ya está garantizada.

Tales equipos veo que son cada vez más grandes… crecimiento que me da nostalgia a propósito de aquellas grabadoras doblecaseteras de bocinas redondas de 1 metro x 30 cm x 30 cm, como la que porta en su hombro la reguetonera cubana Patry White La Dictadora en la cubierta de uno de sus CD.

Bueno… ya vendrán nuevas versiones de los artilugios de sonido colectivo, que quizás echen humos de colores, rayos láser y espuma mientras regurgitan retumbonamente el reguetón más reciente a todo ómnibus.

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