Cuba McDonald’s

Dmitri Prieto

HAVANA TIMES, 23 marzo — El famoso psicólogo canadiense Steven Pinker en su reciente libro “The Better Angels of our Nature” menciona en algún lugar la curiosa conjetura de que países donde hay restaurantes de fast-food de la cadena McDonald´s tienen muy poca probabilidad de ir a la guerra uno contra otro.

También la revista The Economist (UK) utiliza en índice Big Mac en sus comparaciones de precios de país a país.

Todo eso puede ser una obviedad de la era de la globalización, pero lo preocupante es que Cuba resulta ser uno de los pocos países donde no hay cafeterías marcadas por el doble arco amarillo.

Para decir algo al respecto, en 1990 se abrieron por La Habana unas cafeterías estatales que vendían buenas hamburguesas (pero más chicas y menos complejas que la Big Mac) al horrendamente alto precio de 2 pesos (moneda nacional, no había otra legal en esa época).

Mis amistades y yo nos escapabamos de la universidad, y después de una cola de cómo media hora podíamos degustar el producto, junto con una jarra de refresco. Hoy los precios parecen míticos; no así las colas.

La gente le llegaron a poner McCastro al nuevo producto, que no duró mucho, pues comenzó el llamado periodo especial.

Ese experimento coincidió en el tiempo con la perestroika soviética y la apertura del primer McDonald´s en Moscú. Alla las colas eran kilométricas: los y las moscovitas querían probar en estómago propio a qué sabía el capitalismo.

Después tuvieron más oportunidades de degustar ese sistema, incluso a estómago vacío.

Mi propia experiencia con la McDonald´s de verdad fue en Europa.

Llegando a París (que me sorprendió por la uniforme vestimenta negra de sus habitantes: la ciudad-Luz impresionaba como una urbe ocupada por las SA nazis) no sabía bien los precios en los negocios de comer, y me aventuré a servirme de la uniformidad que alega The Economist para ahorrar un poco de euros.

Almorcé un Big Mac con esas papas que dicen que exudan veneno.

Después, la amiga profesora que me invitó a Francia me haló fuertemente el pelo: ella es activista anti-globalización y ya sabemos que Big Mac y anticapitalismo no pegan.

Y yo asumí posturas disculpantes y le seguí la corriente.

Pero eso fue hace mucho tiempo. No he podido viajar más fuera del perímetro del Malecón.

Ahora, me termino de leer el libro de Pinker, y sigo masticando mentalmente la conjetura sobre la guerra y la inmunidad pacifista que provee el doble arco amarillo.

No tengo ningún deseo ni de guerra, ni de variantes más antropofagicas y depredadoras de la globalización para nuestra Cuba.

Pero hay quien piensa de manera más pragmatica: en la céntrica Calle G, una cafetería “cuentapropista” (ya sabemos que eso de la cuenta propia es un eufemismo para las nano-maquilas) llamada “Los Pepes” orgullosamente expone su propio diseño de imagen.

Parece muy profesional, por cierto. Y no es precisamente una franquicia.

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