“Se compra cualquier pedacito de oro”

Dmitri Prieto

Foto: Rosa Martinez

Es el voceo de los compradores de oro en Cuba.  Casi todos, jóvenes.  Vocean igual o muy parecido: el mismo grito con idénticos tono y entonación se escucha en mi Santa Cruz del Norte y en La Habana Vieja, donde trabajo.

La cadencia también es similar, al igual que el ritmo; tal parece que es una misma persona la que vocea, y debo fijarme en su rostro para cerciorarme que no es así.

De todos los pregones, es el único que ofrece comprar una mercancía en vez de venderla.

La demanda gira alrededor de anillos (aunque fueren partidos), aretes (aunque fueren sin pareja), cajas de relojes viejos, cadenas rotos, en fin: “cualquier pedacito de oro….”

No conozco de la eficacia económica de las operaciones de esos compradores ni si tienen algún tipo de licencia de ´trabajador por cuenta propia´.  Probablemente no llevan ningún documento de ese tipo, pues compran y no venden.  Después venderán a otros.  Pero no al por menor, supongo.

Sin embargo, podemos suponer que es un buen negocio, dada la proliferación de esos compradores de oro.

Recuerdo cómo en los ´80 el Estado cubano abrió una ´casa del oro y de la plata´, propuesta empresarial en conjunto con ciertas empresas extranjeras (si mal no recuerdo, panameñas), para comprarle oro a la población y después revenderlo…

La recompensa para los vendedores era la posibilidad de comprar productos deficitarios que sólo se vendían en divisas convertibles; esas ´casas del oro´ fueron por tanto embrión de las futuras shopping.

Era una época cuando tener dólares estaba aún prohibido, y la gente corrieron a vender sus piezas familiares de oro y plata para comprar grabadoras de casetes, pulóveres y gafas.  Mi mamá, dotada de experiencia rusa, recuerdo cómo se asombró que el Estado cubano echaba mano a las reservas privadas de oro y plata, que según ella debería mantenerse hasta que sobrevinieran riesgos de ´días negros´.

No sabíamos entonces lo que pasaría durante el llamado Periodo Especial, pero sí se puede asegurar que para esa época muchos ciudadanos –si no la mayoría- habían cambiado sus alhajas por electrónica barata y T-shirts de Ocean Atlantic Surf (que abundaban en esa época).   Hoy, no es que el oro abunde, pero de nuevo está presente.

No sabemos qué futuro anuncian sus nuevos traficantes, esta vez miembros flamantes del emergente sector privado.

 

 

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