Por Fernando Pérez vuelvo a escribir

Dariela Aquique Luna

Fernando Pérez. Foto: vistarmagazine.com

HAVANA TIMES — No escribía un post desde el mes de mayo del 2015. De hecho, el último que redacté y publicó Havana Times fue inspirado en Regreso a Ítaca. Hoy salgo de mi retiro, y es justamente una película cubana la que me trae de vuelta al ruedo de las letras, Últimos días en la Habana o Chupa pirulí, del realizador Fernando Pérez.

No fui a verla al cine, ni siquiera sé si ya la están poniendo acá en Santiago; no he leído ninguna crítica, ni comentario al respecto. Nunca voy a la Wifi, porque me desespera la mala conexión. Así que, de este filme, las dos únicas referencias que tenía eran un spot publicitario que han pasado muy escasas veces en la tv y la opinión de un joven vecino que me dijo: es muy natural, muy simple, nada desgarrador…

Cuando anoche mi pareja y yo terminamos de ver la película en casa, copiada del paquete, entendí que mi joven vecino, como a casi todos los cubanos, lo más desgarrador, a fuerza de cotidiano, le resulta normal.

Yo no concuerdo para nada con esa perspectiva, y sentí casi una obligación de volver a sentarme frente a la PC y dedicarle una glosa a esta película.

Con argumento y guión de Abel Fernández y el propio director. Fotografía de Raúl Pérez Ureta. Edición de Rodolfo Barros. Y no menos dignas de mención, la dirección de arte, la producción y los diseños de vestuario y banda sonora; una vez más, Fernando Pérez logra encuadrar como nadie esa Habana inside y ser un excelente cronista de la Cuba de nuestros tiempos.

Mi vecino, el joven actor, no entendió que Últimos días en La Habana, no quiere ser una película intrépida, ni falta que le hace. Este filme es solo una catarsis, una más, como tantas desde las hace casi ya dos décadas en la mayoría de las producciones cinematográficas nacionales, que ilustran esa verdad que está ahí, pero que muchos se niegan a mirar.

Pérez no es complaciente, su lente no es calidoscópico, persiste en mostrar esa capital cutre, los colores ocres y las locaciones lúgubres, los solares carcomidos y las gentes sudadas, las caras cansadas y el argot popular, que muchos prefieren disfrazar con colores pasteles.

Es como si quisiera echar su suerte con los pobres de la tierra, y se niega a hacer una película dedicada a la clase media acomodada y a la pequeña burguesía emergentes en la Isla. Él prefiere ilustrar la miseria nacional. Sus películas son coartadas perfectas para exorcizar demonios y su valor agregado radica en que de punta a punta son películas sinceras.

El director de Hello, Hemingway, Clandestinos, La vida es silbar y Suite Habana, sin hacer concesiones, otra vez desenmascara el desamparo cotidiano, muestra las instantáneas de esos barrios habaneros que no aparecen en los catálogos turísticos, el deseo compulsivo de abandonar el país y muchos rostros de desesperanza.

Meritorias actuaciones y quisiera hablar primero de las episódicas como las de Carmen Solar (Fefa),Coralia Veloz (Clara), Yailene Sierra (Mirian) y Ana Gloria Buduen (mujer policía), todas consagradas actrices que defienden dignamente sus personajes.

En el rol protagónico y magistralmente interpretado desde la quietud y la premisa de la soledad pública, al más puro estilo stanislavskiano, Patricio Wood (Miguel), un hombre de mediana edad que, espantado de todo, se refugia en su obsesiva idea de irse a vivir a Estados Unidos y que señala en un mapa posibles lugares donde establecerse. Miguel perdió la alegría o, peor aún, descubrió que no hay motivo alguno para estar alegres o para creer estarlo, que a veces es peor. Vive en casa de un amigo de la infancia al que cuida con dedicación porque está muriendo.

Jorge Martínez (Diego), en una de las interpretaciones más guapas de su prolífera carrera, habita en la piel de un homosexual, enfermo de SIDA, que agoniza en su cama, pero se resiste a que sus últimos días sean vacíos y tristes; hace chistes, habla compulsivamente, mira porno y paga jovencitos solo para verle desnudos. Fue expulsado de la escuela al campo cuando Cuba era oficialmente homofóbica y solo su amigo Miguel lo defendió. Pero Diego no es un tipo resentido, ni tiene mal corazón, antes de morir quiere hacer cosas por alguna gente, sobre todo los jóvenes.

P4 (Cristian Jesús Pérez), un jovencito oriental pinguero (prostituto), que está luchando la vida en las calles de La Habana, y para el que todo vale, hasta aprovecharse de la buena fe de un moribundo.

Gabriela Ramos (Yusi), una bisoña actriz que con la naturalidad nos convence, y desde sus textos quedos y la espontaneidad de su gestual representa a cualquier joven cubano que desde el desenfado dice las verdades como si lanzara dardos sin tener dianas enfrente. Es ella quien tiene a cargo el final de la película, con un monólogo que a muchos puede parecerles un lugar común, pero que no dice más que verdades, a Yusi a veces le da tantas ganas de llorar, que llora…Y a mí, este filme me dio tantas ganas de volver a escribir, que escribo.

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