De cómo emigran los cubanos, siempre hay más de que hablar

Dariela Aquique

Jugando domino en Santiago de Cuba. Foto: Janis Hernandez

HAVANA TIMES — Cuando empecé a hacer el post como emigran los cubanos, siempre supe que no era de esos temas que se quedan en un solo comentario. Por eso lo estructuré como un tríptico.

El primero refería a las muy pocas y apenas atractivas opciones que tenemos los de la isla para viajar de forma legal, en caso de tuviéramos la intención y nuestras economías nos lo permitieran. El segundo iba de señalar que de cuando éxodos ilegales y masivos se trata es igual hablar de Lampedusa, que del estrecho de la Florida.

Algunos de los comentarios me han motivado a este tercero de que cómo emigran los cubanos, donde siempre hay más de que hablar. Y como reza lo que parece una frase hecha,- la realidad, siempre supera la ficción- voy a contarles una historia que sé de bien cerca.

En la Navidad del año 2008, mientras la mayoría estaba preparando (los que pueden, claro), su cena de fin de año, un grupo de 16 personas, en su mayoría jóvenes, contactaban en la ciudad de Manzanillo, provincia Granma, con gentes que fabricaban embarcaciones para salir del país.

Una vez todo listo y fijado el monto de 1000 CUC (US $1,100), por personas salieron de madrugada por un mangle de la costa manzanillera. Antes de llegar a las cercanías de Islas Caimán, ya estaba rota la chalana.

Zozobraron 11 días, con sus noches, agotada ya las reservas de agua y de alimento. Mareados y a la deriva en la maltrecha chalupa, improvisaron una vela con una sábana que llevó la única mujer del grupo. Fueron a dar a isla Cisne. Una pequeña islita en el mar Caribe que pertenece a Honduras.

Una vez desembarcados se dieron cuenta que era un lugar casi desierto donde solo habitaban algunos guardias, que velaban porque el islote no se convirtiera en punto de tráfico de drogas. Ellos llegaban, se iban, y recibían sus provisiones de alimento, medicina y agua potable por vía aérea.

Los emigrante cubanos, estuvieron en aquella isla dos meses. Algo de agua y azúcar, a veces le daban los centinelas hondureños. El resto del tiempo comían lo que cazaban, lo que pescaban y lo que tomaban de los árboles. Les creció a todos, el pelo y la barba.

Sin contacto con nadie, los familiares y amigos los daban por muertos. Un día atracó en la islita un barco mercante que finalmente accedió a llevarlos a tierra firme. Ya en Honduras contactaron con sus familias en Cuba, y con las de Estados Unidos (los que la tenían). De todas formas, ese era el destino final.

De los 16, solo dos de ellos se acogieron al asilo político de Honduras para legalizar su estancia en el país. En la actualidad uno vive allá todavía. El otro fue asesinado por sicarios, al involucrase en grupos de narcotraficantes.

Se separaron y cada uno corrió su propia suerte. Hubo a quien la familia en Norteamérica lo fue a buscar, o le facilitó la manera de llegar. Algunos trabajaron unos meses, para hacer algo de dinero y pagarse los coyotes de país en país, hasta México y llegar a la frontera.

En México estos fueron sorprendidos por la migra (agentes) y metidos presos. Por casi 45 días estuvieron en la prisión de Tapachula. Cuentan que allá había inmigrantes de casi todo el continente. Y muchos otros cubanos.

Allí eran sometidos a una suerte de sorteo macabro, donde a algunos les tocaba el salvoconducto para cruzar a Estados Unidos (por lo que tenían que pagar cierta suma de dinero). A otros, ser deportados a Cuba.

La mayoría de ellos fueron repatriados. Habían vendido casi todas sus pertenencias y además arriesgado sus vidas.

En segunda intentona, otra vez pagando lanchas, algunos lograron su propósito y hoy son residentes permanentes en Estados Undidos. Solo 4 de aquel grupo, siguen aquí en Cuba, pero no desisten de la idea, ni han dejado de intentarlo.

 

 

 

 

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