Candil de la calle, oscuridad de la casa

Dariela Aquique

Hacía exactamente 12 años, que no entraba a aquel lugar.  El recuerdo de los últimos estertores de mi madre hizo que no pisará nunca más el Hospital Provincial Oncológico.  Esta vez acompañaba a mi cuñada a una consulta.

Por fortuna, apenas tengo contacto con Hospitales o cuestiones relativas al Sistema de Salud y sus instituciones.  Siempre oigo las quejas de los otros: que si el mal estado de las instalaciones, el mal trato, la falta de materiales, la ausencia de medicamentos, la ineptitud de muchos doctores, etc….

Sé de oídas que las cosas andan mal en ese terreno, más no había tenido en verdad razones para relatar algún hecho.

Sentada en el lobby de la clínica, vi acercarse a una señora de unos cuarenta y tantos años, de andar ralentado y expresión dolorosa, iba apoyada en los brazos de un joven galeno y en el de otra mujer que por los rasgos físicos debía ser una hermana.

Cuando se sentó a mi lado (con gran esfuerzo),  lo primero que hizo fue disculparse porque estaba expulsando gases constantemente.  Yo le dije que no tenía importancia alguna y permanecimos así en silencio por unos minutos, hasta que el joven con rostro de contrariedad les informaba que nadie podría atenderla porque el médico de Cirugía General estaba en Ciudad de la Habana, en una Conferencia y no se hallaba nadie en su lugar.

La paciente, abandonando la condición que indica el término y en una mezcla de enfado y pesadumbre, decía con firmeza:

 

-Yo no sé, pero yo no me voy hoy de aquí sin que nadie me atienda, tiene que haber algún médico que me chequee…., yo me siento mal (y estas últimas frases las dijo bastante apagadas).  Intenté entonces, conocer los detalles y la propia protagonista de los hechos, me contó.

Se cumplía un mes de su primera intervención quirúrgica la que fue allí, en el mismo  Hospital para extirparle una tumoración.  A consecuencia de un error cometido por los cirujanos, que le habían dejado sin extraer 3 litros y medio de sangre (posteriormente descompuesta), hubo de ir nuevamente al quirófano a una segunda operación, en la que tuvo complicaciones y resultó 7 días en Terapia Intensiva, al borde de la muerte.

Desde entonces, salvo el médico de la familia, no había sido peritada por ningún Especialista.  Se suponía, esta era su primera consulta y no existía doctor que la atendiera.

Yo ya tenía que irme y me despedí deseándole salud y que lograran ser atendidos por la Directora del Hospital, para que algún médico la revisara.  Es significativo decir que la paciente vivía en el Municipio Songo-La Maya a más de 30 km, de la ciudad de Santiago.

Alcancé a oír lo que la hermana, decía:

-Claro, nosotras no le importamos nada, a que en África o en Venezuela, siempre hay un médico.  Somos así: Candil de la calle, oscuridad de la casa.

 

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