Daisy Valera
HAVANA TIMES, 31 ene — Recogí mis bártulos una vez más, ahora suman tres las casas que he habitado desde que terminé la Universidad.
En solo un año y cinco meses he recorrido tres municipios, Nuevo Vedado, Alamar y ahora el Cerro. Los alquileres duran bien poco, no más de 6 meses.
Recordando: en la casa del Vedado llovía más dentro que fuera, de las cuatro ventanas, 2 estaban clausuradas y la única pila que servía era la del fregadero.
En Alamar me deprimía la monotonía arquitectónica y el P 11, las obligatorias 2 horas de viaje hacia cualquier otro lado de la ciudad.
Pero he llegado al Cerro y me he sentido diferente.
Mi apartamento tiene vistas a muchas azoteas, a una chimenea gigante y a una mata cargada de mangos aun verdes.
A pesar de que no tengo idea de cómo o cuando terminaré de vagabundear y que por otra parte, tengo la certeza de que no heredaré una casa, ni podré reunir dinero para en un futuro lejanísimo comprar una en esta isla.
Estoy tranquila, tranquila y segura.
He comenzado a preocuparme menos de la violencia de la Calzada*, y de la basura que no cabe en los tachos.
Ahora pienso menos en la casa que he conseguido para vivir y me he comenzado a obsesionar con la de los otros.
Posiblemente porque el pasado día 17 de enero a las 10 de la noche yo pasada en una ruta 20 a pocas cuadras de Infanta y Salud, justo después que se desplomara un edificio habitado.
Me concentro en las columnas y capiteles de las viejas casas del Cerro. Trato de averiguar si resistirán hasta que sus dueños pidan un préstamo o reciban subsidios.
Me pregunto si la barbacoa que construye uno de los vecinos, sin demasiados conocimientos de ingeniería, sostendrá el peso de su familia.
Hasta el momento no son suficientes los materiales para construcción que el Estado vende por moneda nacional. ¿Llegarán a partir de ahora de forma menos intermitente?
¿Darán abasto los albañiles, los plomeros y electricistas? Tan escasos cómo necesarios.
La Habana, mucho de ella, ha terminado coleccionando techos apuntalados, fachadas apoyadas en barrotes metálicos y escombros.
Por alguna razón, las únicas construcciones que conozco que se han emprendido en los últimos tiempos, con recursos estatales, serán propiedad de militares o miembros del MININT.
Entramos en la temporada del esfuerzo propio y de eliminación de subsidios.
Pero la verdad es que es más sencillo esforzarse en Miramar que en Centro Habana.
Ahora cruzo los dedos para que no se siga convirtiendo en polvo la ciudad y ninguna otra pared centenaria se robe una vida.
—–
*Referencia a la Calzada del Cerro, una de las principales arterias de este municipio capitalino.
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