En las montañas de Cuba

Daisy Valera

Esperé el camión que me llevaría por primera vez a Pinar del Río (provincial de Cuba), y por primera vez a acampar.

Me monté por fin, y sentada en las tablas que mal imitaban asientos mordisqué un maní, el camión no se llenaba y por tanto no partía.

Por fin no quedó espacio para que una persona se pudiera apretujar con otra y el motor se puso en funcionamiento.

El viaje fue largo, no lo disfruté, pasé del maní a las galletas, se me entumeció el trasero y tuve que contenerme para no bajarme y regresar a La Habana aunque fuera a pie.

No perdí de vista que este camión que demora tres horas en llegar a su destino por 20 pesos es una opción muy necesaria y de las más baratas.

Por fin en Pinar me tocó junto con mis otros tres compañeros (Eddy, Alberto y Sandrine) conseguir un transporte que nos llevara a los intrincados parajes donde pretendíamos acampar.

Problemático; los taxistas primero nos acosaron y luego pasaron a tratar de estafarnos, pero pagar 15 CUC para llegar hasta La Peña (un poblado campesino) no estaba en nuestros planes ni era compatible con nuestra economía.

Encontramos otro camión particular que hacía el recorrido.

Esta vez el viaje fue diferente, pasé de la incomodidad en la que me habían hecho caer los taxistas a la sorpresa.

Comencé viendo un poco de ciudad y a la media hora estaba entre montañas.

El camión siempre en ascenso por la estrecha carretera y pitando para evitar un choque me permitía deleitarme con el paisaje.

Las montañas de Pinar tienen una variedad vegetal increíble, abundan los pinos y las palmas, kilómetros y kilómetros de estos árboles arropan la extensa cordillera.

Quedé hechizada, las cinco horas de viaje fueron compensadas incluso antes de acampar.

Llegamos por fin, o casi, comenzamos a caminar hacia el monte después de una merienda frugal.

Escampamos un aguacero en la casa de trabajo de una familia de campesinos con los que hicimos buenas amigas y continuamos avanzando.

Cruzamos un río crecido, resbalamos sobre el fango y dentro de un campo de arroz.

Bueno, yo resbalé también sobre el tronco de palma que hacía de puente sobre el río.

Pudimos hacer nuestras tiendas de campaña luego de varias horas, no conseguimos hacer una fogata y nos las arreglamos con un poco de pan y picadillo, tampoco pudimos bañarnos porque el agua del río avanzaba a una velocidad monstruosa.

Solo el cielo y las estrellas (imposibles de ver en la ciudad) nos hicieron sentir mejor.

Al día siguiente encontramos un arroyo, nos metimos en una cueva de la que salía un río y me picó por primera vez una abeja.

Logramos hacer una fogata y comer espaguetis, pero la lluvia terminó mojándolo todo, incluso el interior de las casas.

El regreso fue más fácil, aunque yo seguí resbalando y cayéndome y casi me muero de miedo al cruzar la palma del día anterior, sin el río crecido estaba a una altura de 2 metros sobre el agua.

Llegamos a la terminal y Sandrine recordó que era francesa; nos pagó un taxi de regreso a todos, 20 CUC hasta La Habana.

Si me preguntan si iría de nuevo les respondería que sí, no soy masoquista, los paisajes y la gente de Pinar compensan con creses las dificultades.

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