Julio Casas Regueiro: El general “tacaño”

Fernando Ravsberg

Ramiro Valdes, Julio Casas Regueiro y Ricardo Alarcon en el VI Congreso del PCC en Abril 2011. Foto:Jorge Luis Baños/IPS

HAVANA TIMES, 8 septiembre — Raúl Castro acaba de perder más que un vicepresidente, perdió su brazo derecho, el hombre que lo acompañó desde los días en que fundaron el II Frente para extender la guerra de guerrillas por todas las provincias orientales.

El trabajo militar del general Julio Casas Regueiro tuvo que ver desde el inicio con la logística y se destacó en, al menos, 3 momentos decisivos: en las montañas de Cuba, en las batallas de África y durante la crisis económica de los años 90.

Muchos coinciden en que uno de los frentes guerrilleros mejor organizados fue el comandado por Raúl Castro. Se abrieron escuelas, talleres para abastecer a los combatientes, se cobraban impuestos y se construyó un aeropuerto.

Julio, un veinteañero hábil con los números, fue una pieza clave en aquellos días en los que el dinero siempre escaseaba y las tropas del ejército intentaban impedir la llegada de suministros a los rebeldes alzados en las montañas.

Su trabajo también fue decisivo en las guerras africanas, “mientras se le atribuía la victoria de la campaña de Etiopía al general Arnaldo Ochoa, se ignoró el papel clave del General Casas en garantizar toda la logística de la operación, sin la cual no hubiera sido posible el éxito”.

Semejante reconocimiento tiene un peso mayor porque no proviene de un miembro del Partido Comunista ni de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) sino de un adversario político, el ex general cubano Rafael del Pino, que desertó hace 20 años hacia Estados Unidos.

Del Pino recuerda también que Casas creó un Consejo de Generales para debatir las decisiones más importantes y que las “recomendaciones eran escuchadas y ejecutadas por aprobación colectiva. No creo que en muchas fuerzas armadas en el mundo se dirija de esa forma”.

Afirma que el grupo empresarial de las FAR fue iniciativa del militar fallecido y recuerda que estaba dirigido, “por el Mayor Bombino en un cuartico de 4 x 4 metros contiguo a la oficina de Julio Casas y apoyado por Amadito, el ayudante y secretario del general”.

Las habilidades empresariales de Casas Regueiro fueron reconocidas por el Presidente Raúl Castro, quien incluso firmó una orden en la que le concedió la facultad para vetar por una vez sus propias decisiones económicas.

Castro llegó a expresar públicamente que aunque “he criticado a casi todos los generales (…) y en las reuniones también me he criticado, no recuerdo haberle hecho durante estos últimos 50 años ninguna crítica de consideración al compañero Julio Casas, salvo la de… ser muy tacaño”.

Tal vez en otras partes del mundo semejante adjetivo podría ser considerado ofensivo pero en el caso de Cuba, donde se dilapidan constantemente los recursos del Estado, es el mayor elogio que puede recibir un dirigente.

General Julio Casas Regueiro.

Bajo la supervisión de ese general tacaño y desde aquel “cuartico de 4 x 4” nació un mecanismo diferente de dirección empresarial, más racional y productivo, que ahora se intenta aplicar a lo largo y ancho de la isla.

Ya hasta Fidel Castro aceptó que el modelo socioeconómico es insostenible, la corrupción creció, la economía carece de productividad, los logros sociales se deterioraron y faltan cuadros para el recambio generacional.

Pero lo peor de este “socialismo real” es que creó una poderosa clase burocrática que hoy espera pacientemente la muerte de los dirigentes de la Sierra Maestra para hacerse con el poder, tal y como ocurrió en algunos países de Europa.

El apremio de la generación histórica no es político, la disidencia está socialmente aislada -según reconocen los mismos diplomáticos de EE.UU.- y tampoco hay un descontento popular que pueda implicar problemas de gobernabilidad.

Los viejos guerrilleros tienen ante sí tres empinados picos que escalar. El primero es preservar los logros sociales: la salud pública, la seguridad ciudadana y ante desastres, la educación, el desarrollo cultural y el sistema de seguridad social.

Para lograrlo están obligados a cambiar el modelo económico hasta donde sea necesario para convertirlo en productivo, de tal forma que sea capaz de financiar todos esos avances sociales, que la mayoría de los cubanos consideran “naturales”.

Pero no salvarán los logros sociales ni levantarán la economía si no son capaces de eliminar o, cuando menos, descabezar al sector burocrático que desangra a la nación hoy y que mañana podría regresarla a los tiempos de Meyer Lansky.

Es verdad que si se apuran y se equivocan no tendrán tiempo de rectificar. Sin embargo, parece excesivo debatir años para que un ciudadano pueda vender su casa legalmente o comprarse un automóvil sin una autorización expresa del vicepresidente de la república.

La muerte del general Julio Casas Regueiro es un cruel recordatorio de que no sobra el tiempo y de que una lentitud extrema podría terminar matando las esperanzas de aquellos que creen que aun es posible un cambio “dentro de la revolución”.