Barrios de Cuba, entre extremos

Daisy Valera

Alamar.

Soy una nómada, arrastro mis bártulos de un lugar a otro (no soy la única).

Voy a la casa de algún amigo o alquilo un piso (siempre caro) por el poco tiempo que me lo permiten sus dueños.

Me cansé de vivir rodeada de abuelos, padres y hermanos, me cansé que el poco espacio me condene a sentirme una sardina enlatada.

Ahora vivo en Alamar.

Y como si estuviera destinada a no olvidarme de comparar, me han enviado a cumplir mi servicio social en Miramar, barriada del municipio Playa.

Cada mañana, a las 6 y 30 me monto en mi trasporte obrero, una guagua verde que con suerte me escupe en 7ma Ave. y 28 después de 1 hora con 20 minutos.

Solo tengo que viajar 80 minutos para caer en el paraíso del oeste, porque Miramar fue construida por la clase rica cubana de antes de 1959 y la estética de su  5ta Ave. nos traslada a Manhattan (con sol tropical).

En esta zona residencial abundan los parques con glorietas y árboles frondosos.

En Miramar está enclavado el templo católico más grande del país y el parque temático más sofisticado (otrora Coney Island Park)

Junto a las embajadas, también viven en las mansiones de Miramar los cubanos, manteniendo verdes los jardines y limpiando las estatuas.

Disfrutan de las comodidades de los que marcharon a los Estados Unidos, que antes fueron los enemigos de clase y ahora son prácticamente el ejemplo a seguir.

En las eclécticas casonas de esta barriada abundar las empleadas domésticas y las nanas.

Los padres no llevan a sus hijos a los círculos infantiles si no a casas de cuidado particulares y los recogen en sus autos a las cinco de la tarde.

Los Toyota, Audi y Mercedes vuelan por las avenidas con chapas particulares y al volante se observan rostros jóvenes y estilizados.

Fuente en la quinta avenida de Miramar.

Alamar es la otra cara de la moneda, el barrio que debía ser el orgullo de la arquitectura generada por la revolución es una cochambre a adonde regreso cada noche a comer y dormir.

Los Edificios se suceden uno tras otro sin gracia, con abolladuras y filtraciones crónicas, los más altos lucen mugrosos  sótanos  y ventanas de cristal quebradas.

Aún hay calles sin pavimentar y los yerbajos se tragan las aceras.

La Ciudad Obrera es el sueño no concluido, donde se deterioran grandes explanadas en las que alguna vez se pensó proyectar películas y te encuentras colosales mercados vacíos  y almacenes clausurados.

Este barrio es un homenaje a las piezas de construcción prefabricadas, al igualitarismo arquitectónico y una ofensa al buen gusto y la diversidad.

Un lugar donde el pan es difícil de conseguir y el agua llega a mis pilas solo dos veces al día.

Es una ciudad dormitorio de la que es muchas veces imposible salir y en la que no puedes encontrar ni una cafetería, ni un lugar de recreo más que esquinas donde el reguetón es el protagonista.

Alamar y Miramar, dos barrios que reflejan las clases sociales que existen en esta isla, los que no les alcanza el salario para vivir y los que viven derrochando a manos llenas.

Pequeños trozos de ciudad que se parecen solo en el final de sus nombres y en el mar.

 

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