A 1782 km de La Habana

Daisy Valera

HAVANA TIMES — El Distrito Federal huele a tortillas, La Habana a papel periódico mojado con orines y secado al sol. Ciudades diferentes.

Llegué a México el pasado 26 de julio. Abandoné la “patria” el Día de la Rebeldía Nacional (o del culto al suicidio) por accidente, por el precio del pasaje. No pretendía despedirme de Cuba con un gesto simbólico que me sirviera para presumir ante nuevos amigos. Quería despedirme de Cuba.

Quería escapar de la falta de papel higiénico, de la cola de los huevos, del café mezclado con chícharos, de la Seguridad del Estado, de la oficina en la que había tenido que pasar el último año de servicio social, del calor.

Me perdí el “histórico discurso” de aquel día.

Había terminado de entender, a pocos minutos de abordar el avión, por qué partir de la isla es un proceso silencioso. Que finalmente aquello de: “no voy a hablar del viajecito pa que se dé”, se debe mucho más a una sensación de irrealidad que a supersticiones.

He pasado semanas sintiendo que en algún momento una de las guaguas va a subir por Monte y parar frente al Capitolio. Se sigue viviendo en La Habana mucho tiempo después de haberla dejado atrás.

A finales de julio hace frío en el DF. Aun sigo sin responderme la mitad de las preguntas que me hice aquel día: ¿por qué no entiendo español? ¿por qué tantos rubios en los anuncios publicitarios?, ¿por qué todos están comiendo?, ¿por qué dicen tantas veces gracias?

Subir al Metro, mi primera alegría. Había soñado tanto con uno que uniera Alamar con el Vedado, sublimando al P11 en el proceso. El Metro, la eficiencia del capitalismo tercermundista en todo su esplendor, también mi primer escenario de miedo/asco fuera de Cuba.

El Metro de DF es más que nada su desfile de mendigos y vendedores. Los músicos ciegos, los chicles para refrescar boca y garganta, los niños indígenas descalzos, las miradas de desprecio, y una frase: disculpen la molestia que les vengo a ocasionar.

Ya no estaba en La Habana. El mendigo cubano te mira a los ojos, te desafía, casi te arranca el dinero de las manos, insiste. El que pide una ayudita en México se disculpa, el que tiene que hacerlo en Cuba, te culpa.

Primer día en el DF: capitalismo latinoamericano vs. “socialismo” totalitario. Sentir que la violencia del habanero indigente es un síntoma de salud social. La miseria en Cuba, identificada al menos en cierta medida, como resultado del fracaso de un proyecto de país; en México como lo inevitable.

¡Fidel tenía razón!, ¡la pobreza de Latinoamérica! Salí del Metro a las 10 de la noche, delirando. Después de media hora de viaje, la famosa catedral y el Zócalo terminaron pareciéndome postales patéticas para turistas.

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