Carlos Fraguela
Mi padre me enseñó a nadar y a pescar desde niño, por mucho tiempo no necesité comprar pescado para alimentarme, aprendí a proveerme de lo que necesitaba, a veces con mis manos y otras con una escopeta de pesca submarina que mi padre me regaló.
En el momento en que mi vista corta empezó a reducirse, la larga comenzó a ver de un modo diferente. Cuando disparaba a un rascacio, quedaba atravesado en el arpón retorciéndose largo tiempo y al darse vuelta mostraba la parte ventral de su cuerpo, donde está el secreto de la belleza máxima de esa especie.
Escondidos de la vista de depredadores están los delatores colores amarillo vivo, rojo y negro, que nada tienen que envidiar a las más bellas mariposas que nos sorprenden con su delicadeza y forma.
Después de ser atravesados por un arpón los también llamados octópodos permanecen vivos mucho tiempo y la forma de rematarlos es virando una estructura en forma de gorro que cubre su cerebro y otros órganos vulnerables. Después de esto muchos signos de vida pueden observarse a veces por horas.
Los lenguados son otra especie que ha tenido una trascendencia grande en mi vida. Fáciles de matar por su auto-confianza en el mimetismo gracias al cual sobreviven. Sin embargo en este caso lo que me impresionó fue su ceremonia de apareamiento. Un día en la mañana me tiré a bucear y pude ver a un lenguado macho cortejando a una hembra que no cedía.
Nunca me gustó la carne del lenguado, pero mi madre y mi padrastro se beneficiaban de mis pesquerías en el pasado. Ahora los lenguados y yo somos casi lo mismo. Podemos nadar juntos rozando la arena o el fondo rocoso del mar. Lo mismo pasa con los pulpos y los rascacios, con los que hoy tengo una relación de amigos.
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