De cómo dejé de ser un pescador

Carlos Fraguela

HAVANA TIMES — La belleza y la inteligencia de tres especies animales hicieron que yo dejara de matar. Fui un habitual asesino de lenguados, pulpos y rascacios, hasta que dejé a un lado mi hambre para disfrutar de la existencia y conservación de esas preciosuras de la fauna marina cubana.

Mi padre me enseñó a nadar y a pescar desde niño, por mucho tiempo no necesité comprar pescado para alimentarme, aprendí a proveerme de lo que necesitaba, a veces con mis manos y otras con una escopeta de pesca submarina que mi padre me regaló.

En el momento en que mi vista corta empezó a reducirse, la larga comenzó a ver de un modo diferente. Cuando disparaba a un rascacio, quedaba atravesado en el arpón retorciéndose largo tiempo y al darse vuelta mostraba la parte ventral de su cuerpo, donde está el secreto de la belleza máxima de esa especie.

Escondidos de la vista de depredadores están los delatores colores amarillo vivo, rojo y negro, que nada tienen que envidiar a las más bellas mariposas que nos sorprenden con su delicadeza y forma.

Un documental que trata sobre la inteligencia de los pulpos también contribuyó a mi cambio de conducta con respecto a estos moluscos cefalópodos. En el documental se ve como el animal utiliza eficazmente uno de sus tentáculos a manera de mano para quitar el corcho a una botella donde estaba encerrado un cangrejito que el pulpo quería obtener y podía ver a través del vidrio.

Después de ser atravesados por un arpón los también llamados octópodos permanecen vivos mucho tiempo y la forma de rematarlos es virando una estructura en forma de gorro que cubre su cerebro y otros órganos vulnerables. Después de esto muchos signos de vida pueden observarse a veces por horas.

Los lenguados son otra especie que ha tenido una trascendencia grande en mi vida. Fáciles de matar por su auto-confianza en el mimetismo gracias al cual sobreviven. Sin embargo en este caso lo que me impresionó fue su ceremonia de apareamiento. Un día en la mañana me tiré a bucear y pude ver a un lenguado macho cortejando a una hembra que no cedía.

Estos peces son de un color que va desde el blanco, pasando por el gris, rosado y la imitación de la textura de los granos de arena, hasta los pardos y verdes que copian el color de las algas. El lenguado enamorado tenía el lomo gris verdoso con lunares azules de centro negro, el color variaba con la excitación y él mismo vibraba para llamar la atención de ella. Lo que les cuento es una experiencia que no puedo olvidar por lo hermoso.

Nunca me gustó la carne del lenguado, pero mi madre y mi padrastro se beneficiaban de mis pesquerías en el pasado. Ahora los lenguados y yo somos casi lo mismo. Podemos nadar juntos rozando la arena o el fondo rocoso del mar. Lo mismo pasa con los pulpos y los rascacios, con los que hoy tengo una relación de amigos.

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