Armando Chaguaceda
El visible deterioro del protagonista y las muestras de adulación de los presentes daban al suceso un cariz irracional, surrealista, lamentable.
Fidel ha sido, con sus luces y sombras, un trozo de la historia contemporánea cubana, continental, planetaria. El culto –organizado o espontáneo- a su imagen ha combinado la devoción sincera de mucha gente de a pie con el usufructo oportunista de su legado que realiza la elite burocrática, engendrada bajo su largo mandato.
En los últimos años, “la nueva” dirección del país ha ido desmontando, de forma paulatina y no declarada, buena parte del legado fidelista. Para bien, pues ha introducido cambios en una dimensión pragmática y concreta de concebir la vida de la nación y su gente, lejos de la épica trascendente –y egolátrica- del Comandante.
Para mal, porque buena parte de las locuras rescatables del fidelismo –un país pobre con gente instruida, sana y solidaria con otros pueblos- se desvanece ante el peso combinado de un modelo que hace aguas y los criterios mercantilistas que prevalecen dentro del reformismo oficial.
Así, este Fidel se convierte en una suerte de alma que mora en el limbo, precario habitante (aún) de este mundo, convertido en la sombra del antiguo personaje y poder que, hace años, fue.
Ante tal situación, me irrita sobremanera cómo un gobierno acostumbrado a fabricar y preservar tan meticulosamente su imagen ha expuesto, en plena decadencia, a quien declara el gestor de sus principios.
Será porque tengo un abuelo de su misma edad, al que no soportaría ver convertido en objeto de escarnio de algún vecino cruel. O porque me desagradan las sonrisas hipócritas y adulonas de los funcionarios y periodistas que rodean sus esporádicas apariciones, los mismos que en privado seguramente se mofarán de “lo jodido que está el viejo”.
O acaso porque creo que la integridad de cualquier ser humano debe ser preservada, en la medida de lo posible, del escarnio público, máxime si esa persona es un anciano frágil, indefenso y, a todas luces, senil.
No importa que él mismo, en su intolerancia con la crítica ajena, haya sembrado en derredor la semilla de la simulación y el cinismo. Y que sus víctimas o enemigos se sientan con todo el derecho de cuestionar su obra y figura.
Lo que considero éticamente reprobable es que los máximos beneficiarios del régimen que él creó no tengan un poco más de cuidado con su persona. Y que le conviertan en un objeto museable y mostrable, un premio a la adoración o curiosidad morbosa de algún mandatario latinoamericano.
No, gobernantes cubanos, asuman con honestidad el rumbo de sus propias decisiones, avancen en la ruptura con sus errores, preserven – sin canonizaciones- lo salvable de su legado. Pero por sobre todo, cuiden al ser humano…cuídenlo de Fidel, de la razón de estado, de ustedes mismos.
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