La coherencia de ser solidarios

A Elaine, Dmitri e Isbel, por su persistencia

Armando Chaguaceda

HAVANA TIMES — Nos han jodido. La decisión de no conceder visa a varios activistas y académicos cubanos, ponentes inscritos a la conferencia de Latin American Studies Association, ha condenado al naufragio, cuando menos, a una sesión de debates.

Impidiendo no solo lo que prometía ser una oportunidad de intercambiar perspectivas plurales en torno a los problemas de la sociedad y cultura cubanas.

También postergó más de un reencuentro entre viejos amigos, un descubrir de colegas físicamente desconocidos. Y eso duele.

Las lógicas burocráticas son, como decía un escritor, infranqueables: crean a cada solución un problema. Ni siquiera tendríamos que ponernos conspiranoicos, ya que así suelen operar las autoridades consulares en buena parte de este mundo, máxime en los países dominantes de la arena mundial.

Presuponer -con la superficialidad de cuatro preguntas- que  alguien es un posible emigrante o candidato al visado es una lógica de maquinaria, demasiado frecuente. Al menos a mi me ha tocado sufrirla varias veces.

Si a eso agregamos que ciertos criterios adhoc- raza, aparente nivel cultural o de ingreso- son tomados en cuenta por el entrevistador en el momento de su faena, tenemos como resultado un coctel impresionante, lleno de subjetividad, discriminación y casuística.

Lo que sí no es entendible es que quienes compartimos los campos, intereses y, en algunos casos, las luchas por una academia, un país y un mundo más libres, cerremos los ojos ante tamaña desmesura. Porque la mirada del ciudadano se sitúa, por esencia, en las antípodas de la del funcionario.

Demandar que sea corregida una mala decisión institucional –de la empleomanía del State Departament estadounidense o de los agentes de Migración y Extranjería cubanos- debería ser suficientes para unir(nos) a muchos en ese empeño.

Da igual si es un connotado disidente, un académico oficialista o un activista autónomo: todos tienen el derecho al intercambio de ideas, al contacto con otras realidades, al encuentro con sus pares.

En otros momentos, desde las filas de una izquierda autónoma, algunos hemos reclamado -no sin debates internos y enfrentando incomprensiones ajenas- los derechos a la voz y la existencia de aquellos que no comparten nuestras filiaciones ideológicas y propuestas políticas.

Hoy valdría la pena que, desde la acera del frente -y desde todos los rincones de la esfera pública criolla- expresásemos en una sola voz la solidaridad con nuestros colegas vetados.

Porque sí, como decía una comunista inmortal, la libertad es solo la libertad para el que piensa diferente, debemos empujar para que las diversas interpretaciones de ese noble credo se junten, dialoguen, crezcan en la fecunidad del debate cívico. En Washington como en la Habana.

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