Armando Chaguaceda
HAVANA TIMES — La imagen y el sonido dicen más que mil palabras. Al grito de “Abajo los Derechos Humanos”, el anciano sintetiza, de forma terrible y magistral, la ideología oficial del estado cubano. Los Derechos Humanos (DH) son un arma del enemigo para la subversión interna. Y punto.
No importa que luego, en algún foro internacional, los portavoces oficiales hablen de “los derechos humanos que defendemos”, acotándolos a los conocidos logros en salud y educación. Tampoco que esas conquistas de la Revolución, en tiempos de retóricas pro-mercado, estén hoy en retirada.
Los perdedores de las reformas raulistas –las familias carentes de remesas, los habitantes de los barrios de la periferia capitalina y el interior del país, la masa de negros y mestizos, ancianos y mujeres pobres- las disfruten cada vez menos. Porque no pueden exigirlas como derechos, precisamente por el secuestro de derechos civiles y políticos realizado por el estado.
No se engañen si esos funcionarios cubanos invocan a Bonafini, Esquivel –y a otros reconocidos luchadores por los Derechos Humanos– para acusar, nuevamente, al imperialismo. Los DH son un asunto que está bien siempre que se le administre a conveniencia, se relegue al pasado, se le exija al adversario. Abordar este asunto sigue siendo hoy, básicamente, un tema tabú dentro de Cuba.
Son obviados –o maltratados- por la mayoría de la academia y publicaciones oficiales. No existen legalmente inscritas organizaciones defensores de estos derechos dentro del Registro de Asociaciones del Ministerio de Justicia de la República de Cuba.
A los ciudadanos cubanos se les hace virtualmente imposible (y punible) la acción de testimoniar, vigilar y denunciar, de forma organizada, las violaciones cometidas –a veces contra la propia legalidad socialista– por funcionarios, dada la capacidad de control social del estado y la subordinación de los medios masivos de comunicación a las directrices gubernamentales. Y cuando algunos, al margen del poder, se organizan para exigir el respeto a los derechos propios y ajenos, sufren el acoso policial y, peor aún, la práctica de los llamados actos de repudio.
No hay un catálogo de derechos para los revolucionarios y otro para los disidentes, es falso que sean asunto de los intelectuales o una cosa que no le interesa al pueblo. Quien se queja por un mal servicio médico y aquel que protesta por un familiar injustamente preso ejercen, de igual modo, sus derechos como ciudadanos enfrentados a una mala acción estatal. Los derechos deben ser exigibles, y existir mecanismos donde demandarlos y defenderlos.
También suponen un carácter universal, inherentes a cualquier sujeto y abarcar a toda la población, amén su identidad sexual, cultural, preferencia política y condición socioeconómica. Y, sobre todo, son indivisibles, por lo que si no se poseen a cabalidad, derechos civiles y políticos nunca podrá ser efectiva la defensa de los derechos sociales…. y viceversa.
En suma, o asumimos todos los derechos, en todas sus expresiones y para todos los ciudadanos y ciudadanas cubanos, dentro y fuera del país, o los condenamos a ser mero instrumento, punitivo y regulador, del Leviatán tropical.
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