Los rusos en mí

Ariel Glaria Enriquez

El malecón de La Habana.

HAVANA TIMES — La cultura rusa, a la que tengo entre las más originales, grandiosas y generosas de la humanidad y a la que tuve el inmenso placer de descubrir muy joven en Gogol,  Dostoievski, Ivan Turgueniev, Tolstoi, Chejov y otros que entrañablemente me acercaron al espíritu o alma rusas; esta tan lejos como sea posible imaginar de la breve etapa a la que con humor – como era tan sanamente frecuente escuchar entonces – he tenido la pretensión y también el valor de acercarme a los rusos….

Etapa que considero poco analizada y hasta intencionalmente olvidada, incluso por aquellos que fueron alguna vez, dentro de Cuba, partidarios ciegos de la URSS.

Por supuesto muchos detalles y sutilezas solo comprensibles dentro del contexto de la época quedaron fuera del artículo. Mas, hay uno que por su arraigo adquirió un sentido más amplio y complejo en el que quiero detenerme, me refiero al término bolos.

Sin tener muy claro cómo se originó, puedo asegurar que pertenece a un momento donde la palabra ruso podía ser interpretada por los ideólogos del patio como despectiva y contraria a la Unión Soviética. Era por tanto, si no se quería incurrir en dudas, obligatorio decir soviéticos.

Esto no podía durar mucho y no duró. Pero el carácter popular, como luego sucedió con las mil maneras de nombrar el prohibido dólar, ya había encontrado un término que más allá de su significado casi se convirtió en un concepto estético muy criollo y de confiabilidad a la inversa.

Pero hubo más, si bien las siglas URSS designaban al conjunto de repúblicas soviéticas, estas carecían, para los cubanos de la Isla, de fisonomía propia. No fueron pocos los compatriotas sorprendidos con la separación posterior de aquellas repúblicas que para más sorpresa poseen lenguas autóctonas.

La etapa que como ya dije intenté reflejar y que comprende, sobre todo, la década del 70, lleva implícita algunas heridas, una de ellas fue olvidarnos de quienes éramos entonces para malamente conocer a otros y exponernos a sus mismos olvidos.

O lo que es igual, no solo malgastamos los recursos materiales que recibimos por tanto tiempo, también desperdiciamos un SABER, aquel que hoy ha vuelto a colocar a Rusia no en ese estereotipo que lleva implícito más amenaza que humanidad al cual llaman potencia mundial, sino al del escenario del ingenio y la cultura.

Otro aspecto que sirvió de inspiración inicial al artículo fueron los equipos electrodomésticos soviéticos, a los que, no se puede olvidar, accedimos sin opciones. Esa falta de elección generó al mismo tiempo confianza en ellos y las más simpáticas y agudas críticas. Que como muchos conocimos después no estaban tan alejadas de lo que los propios soviéticos pensaban de ellos.

De mi relación directa con los rusos me emociona saber que en algún sitio de ese vasto país existe alguien que recuerde a tres mataperros del centro de La Habana, un poco mayores que él, que lo bajaron a los arrecifes del Malecón, pescaron para él las mejores piedras que pudimos sacar del fondo y le demostramos que nadar es fácil y que al mar se respeta, pero no se le tiene miedo. Todo a cambio de una de las sonrisas más lindas que recuerdo y una de las palabras más agradables y cómicas que escuché en mi infancia gritadas desde el muro por la madre: espasivar.

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