Ariel Glaria Enríquez
Entonces, con el periodo especial, al que algunos más objetivos llamaron periodo infernal, La Habana se convirtió en una ciudad muerta. No había nada que hacer. Los apagones devinieron en alumbrones, la comida escaseaba y todo el mundo hablaba las mismas cosas.
Yo, que solo contaba con mi reciente independencia para escapar de todo aquello, busqué a toda costa enamorarme.
Así, una tarde, conocí a Tamara. Era la prima más cercana de la novia de un amigo. Desde el principio me impuse conquistarla. El primer día hablamos hasta muy tarde parados en un balcón. La noche siguiente fuimos al cine –todavía se usaba ir al cine- y al salir ya éramos novios.
Contrario a mis propósitos ella estudiaba, no le interesaba mucho salir y, sobre todo, no pensaba enamorarse.
Nuestro noviazgo duró algunos meses. Cuando terminamos quedamos como amigos e iniciamos un juego en el que ella, al verme, no perdía ocasión en demostrarme indiferencia y yo, al verla, solo por entretenerme, fingía que aún me interesaba.
Eso duró mientras nuestros caminos estuvieron cruzados. Hoy, pienso que ella, quizás solo por entretenerse, también fingía, porque… ¿con qué no se entretienen los jóvenes?
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