Las ilusiones pospuestas

Por Alfredo Fernández

Guillermo Cabrera Infante en Londres. Foto: Ulf Andersen / Getty Images

HAVANA TIMES – Guillermo Cabrera Infante, alias Cain, fue para mí, el escritor más grande que ha dado Cuba. Decía que no tenía problemas con la página en blanco; aseguraba que su verdadero conflicto era con la página llena, pues escribir para él era fácil, lo difícil estaba en corregir, en encontrar la palabra precisa, en redactar la oración más conveniente.

Era tan exquisito revisando el maestro, que tan solo escribió dos novelas junto a varios cuentos. El resto de su obra lo constituyeron ensayos, guiones de cine y artículos para periódicos y revistas. El humor fue el personaje central de su obra, algo contradictorio, pues era una persona un tanto amargada y de pocos amigos.

Cain asegura tener por influencia literaria a Lewis Carrol y a Groucho Marx, quizá del último le venía su genial sentido del humor. Recuerdo haber leído en el ensayo Mea Cuba, para demostrar la escaza cultura de Haydee Santamaría, dijo que esta “pensaba que Marx y Engels eran uno solo, igual que Ortega y Gaset”.

Cabrera Infante era un escritor con una pasión por el cine similar a la de Manuel Puig, el escritor argentino; en su novela La Habana para un Infante difunto describe con precisión los cines de la ciudad, sus películas y, sobre todo, su pasión por la urbe.

Como buen oriental, a él le fascinaba La Habana; no era para menos, La Habana de los años cuarenta y cincuenta ostentaba más cines que New York y París, también, superaba a ambas ciudades en números de bares. Bien que se disfrutaba la vida en aquella ciudad.

El club Las Vegas ostentaba el show que comenzaba más tarde en el mundo, 4 am, y no un cantante con una guitarra, hablo de un show de verdad, con un escenario ocupado por una orquesta y un cuerpo de baile impresionante. Y el club, por supuesto, repleto, terminaba el show, conversaban algo más, salían a la calle y los muchachos iban camino de la escuela, contaba Cain.

Nunca se divirtió tanto alguien en otra ciudad del mundo como el literato en aquella Habana, donde el teatro Shangai, en el Barrio Chino, por entonces tenía el único show de travestis del mundo; donde los cines de barrio eran tan buenos como los de La Habana Vieja y el Vedado.

He escuchado a varios autores y críticos afirmar que, si la lengua española no tuviera a Borges, entonces, Cabrera Infante fuera el escritor más importante del siglo XX. No sé si sea conveniente la afirmación, lo cierto es que el uso del español en Cain siempre resultó genial, por tanto, totalmente vivo, propio de un grande.

En nuestro país aún no se publican sus obras, pues desertó en 1964 del personal diplomático de la embajada cubana en Bélgica y hasta hoy se ha mantenido en el ostracismo en la Isla, lo cual lo hace mucho mejor escritor, porque hasta ahora su obra se ha visto privada de su público natural, el cubano.

Una Cuba futura tiene una tarea insoslayable en devolver a sus lectores a una serie de autores que fueron alejados de ellos, hablo, también, de Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, Guillermo Rosales, los hermanos Abreu y casi toda la obra de Zoe Valdés.

Toda vindicación de Cuba pasa por una insoslayable reconciliación con la nación, con su ciudad letrada.

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