La intransigencia y el caso de Dayron Robles

José Jasán Nieves Cárdenas (Progreso Semanal)

Dayorn Robles

HAVANA TIMES — Existe una historia en Cuba que se ha pasado los últimos meses convertida en la más extensa telenovela. Ha tenido de todo: celos, exabruptos, alegrías, engaños; y siempre parece contar con más energía para seguir.

Los episodios del “caso” Dayron Robles (excampeón olímpico de 110 metros con vallas) y su extendida disputa con la Federación Cubana de Atletismo han llenado demasiadas cuartillas y ocupado más minutos en el aire de los necesarios. Pero, como el dinosaurio, siguen ahí.

Los más recientes pasajes revelaron al campeón olímpico entrenando otra vez sobre el pasto caribeño, de la mano de su técnico formador, Santiago Antúnez, y con toda la voluntad y la creencia de que volvería a correr por la franela nacional.

Luego fue el comisionado del atletismo quien dio otro punto de giro. “Ni Dayron ni su entrenador están autorizados a intervenir en competencias oficiales en Cuba, ni fuera de esta, representándonos”.

Ruedan créditos…hasta el próximo capítulo.

Tras la publicación de ambas noticias, el debate volvió a encenderse. Para unos la simulación y el intento de competir por otro país veta definitivamente al oriundo de Guantánamo (extremo oriental de la isla) como miembro de delegaciones oficiales a eventos competitivos, mientras que otros creen necesaria una “reconciliación”.

“Total”, exponen, “desde enero del 2014 los atletas podrán salir y tomar gran parte de las ganancias por sus premios, y así, finalmente en esta disputa, ganan las dos partes”.

En ambos enfoques, más allá del asunto atlético, se encuentra también una de las grandes dicotomías que vive hoy Cuba. La intransigencia o el realismo como actitudes para enfrentar encrucijadas políticas, económicas y sociales.

Por muchos años se ha enseñado en nuestras escuelas el “valor” de la intransigencia como condición indispensable del buen revolucionario. En un centro de educación primaria de Cienfuegos, el sistema emulativo premia al niño más intransigente, más combativo, con la distinción más alta entre sus compañeritos.

El ambiente de resistencia a agresiones y constante asedio ha configurado al sistema político cubano de los últimos 50 años. Enfrentados a la supervivencia, no ceder ha sido el recurso de la victoria entre los partidarios del socialismo, aunque el triunfo que se alcance sea solo el confort de no haber cedido.

Pero esa misma actitud, pertinente ante circunstancias extremas, desconoce límites y traspasa hacia cualquier esfera de la vida social y se aplica de igual forma ante la aparición de un espacio informal de jóvenes rockeros como en el poderoso acto de decir que no, si un jefe dijo que se dijera que no.

Ante cada “insubordinación” individual, cada paso “inconsulto” que no espera autorizaciones para buscar una meta personal, la dignidad oficial de no ceder como respuesta no transmite sino otra imagen de la intransigencia. Y en el idioma español los sinónimos de esta palabra no dejan dudas: obcecación, testarudez, intolerancia y terquedad.

¿Necesita Cuba obcecarse para resolver sus problemas? ¿Podemos darnos el lujo de rechazar otros puntos de vista tan solo porque no surgieron desde nuestro raciocinio?

La aceptación de lo diferente y la superación de las divergencias, cuando conduzcan al bien común, son necesarios realismos también en la política nacional, ya sea económica como deportiva. Porque con la bondad de superar conflictos también se saltan vallas.

 

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