Radio City Music Hall y los blancos conservadores norteamericanos

Samuel Farber*

Radio City Music Hall. Foto: wikipedia.org

HAVANA TIMES — No tenía grandes expectativas cuando acepté la invitación de unos amigos californianos para ver la Navidad de las Rockettes en el Radio City Hall. Pero una vez que el espectáculo comenzó, el choque cultural que experimenté aceleró mis facultades críticas a mil por hora.

La última vez que había visto a las Rockettes, en los sesentas, acompañando a mi madre en su peregrinación anual a Radio City Hall, todavía era posible imaginar que ese ícono cultural fuese afectado, y hasta transformado, por los movimientos sociales de la época.

Tristemente, cincuenta años más tarde, tengo que admitir que, aunque no me sorprende, el espectáculo ha sufrido un deterioro cultural significativo muy obviamente asociado con la mercantilización implacable del capitalismo tardío no obstante las concesiones mínimas que ha tenido que hacer a los avances sociales del último medio siglo.

Hoy por hoy, el espectáculo de las Rocketttes en Radio City Hall no representa más que a los Estados Unidos de los blancos conservadores.

El edificio, renovado hace algunos años, continúa siendo uno de los ejemplos arquitectónicos más bellos del Art Deco norteamericano, con sus altos puntales, sus alfombras y cortinas fielmente reproducidas, amplias antesalas, hermosas e imponentes lámparas y candelabros de la época en el vestíbulo y en la sala de teatro.

Pero el majestuoso vestíbulo se ha llenado de múltiples quioscos chabacanos y vulgares que venden baratijas de feria, y de anuncios estratégica y muy visiblemente situados del banco Chase y la aerolínea Delta, entre otras corporaciones.

Al tono formal y hasta solemne de hace cincuenta años le ha sucedido una atmósfera de circo, y un estrépito agravado por los gritos de los vendedores empujando sus mercaderías, los ujieres apurando a la gente, y el uso masivo de teléfonos móviles por usuarios gritando más y más alto para hacerse oír.

El onceavo mandamiento de este país, – dedicarás el más mínimo espacio disponible a rendir ganancia – tiene que ser obedecido.

Al igual que la arquitectura del edificio, el espectáculo de las Rockettes sigue siendo muy impresionante con su lujoso despliegue de iluminación y diseño de vestuarios, la capacitación y precisión industrial de sus bailarinas, que resulta en esa ejecución impecable tan característica de las Rockettes. Pero desde el punto de vista musical, el espectáculo es muy conservador.

Es cierto que se ha adaptado completamente al cambio tecnológico, con los juegos de video desempeñando un papel muy importante en su presentación. Su gran orquesta suena menos chapada a la antigua que la de Lawrence Welk – la preferida por los viejitos blancos conservadores desde los treintas hasta los setentas – porque su formato de “Big Band” reproduce, hasta cierto grado, la excitante música “swing” de los treintas y cuarentas.

Pero no hay  reconocimiento alguno de la revolución musical de los sesentas que sepultó al “Tin Pan Alley” – la música formulaica popular de la postguerra – y mucho menos de la revolución del Rap que comenzó a finales de los setentas en el Bronx, unos pocos kilómetros al norte de Radio City Hall.

Dos cantantes negros desempeñaron papeles importantes, pero del enorme elenco de unas 80 bailarinas, sólo el 8% eran negras (la primera bailarina negra fue contratada solamente en el 1987). En la larga lista de bailarinas en el programa impreso, no pude encontrar un solo apellido que sonara ni Latino ni Asiático. Eso sí: el abundante y muy mal pagado personal de servicios eran en su gran mayoría Afro-Americanos y Latinos.

Es por eso que no es nada sorprendente que la audiencia fuese abrumadoramente blanca, y que salvo por unos cuantos turistas domésticos y extranjeros, pareciera estar mayormente compuesta por familias suburbanas encabezadas por abuelos y padres conservadores con una idea muy clara de lo que quieren que sus hijos y nietos vean: el mundo blanco de la música y bailes que imperaba antes de los sesentas.

Es irónico, que de haber podido escoger, un gran número de los niños y jóvenes blancos ahí presentes hubieran optado por la música y baile Rap – después de todo, ellos son la fuente más importante de ingresos de las estrellas de Rap Afro-Americanas. Pero no es eso lo que sus padres y abuelos suburbanos quieren que ellos vean. No es “entretenimiento limpio.”

El espectáculo supuestamente trataba de las Navidades en la ciudad de Nueva York. Pero ni por casualidad registró el hecho de que más del 60 % de los residentes de esta ciudad son miembros de minorías raciales. El programa de Radio City Hall no representa a Nueva York, ni a los Estados Unidos de América. Es una fantasía retrógrada de la vida norteamericana, que si por un lado se ha abierto al progreso técnico y a la mercantilización capitalista, resiste hasta lo último reconocer el progreso social y, específicamente, racial.

Existe cierta analogía entre esta visión blanca del espectáculo de las Rockettes y la visión de la televisión cubana bajo la égida del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión). Los negros norteamericanos, aunque no han ganado la Guerra, ganaron muchas batallas por la igualdad racial a través del Movimiento de Derechos Civiles de los cincuentas y sesentas. Fueron y han sido sus organizaciones independientes, y no las dádivas de los gobernantes, las que hicieron y han hecho avanzar su causa. Esta debe ser, creo yo, la lección principal de esa experiencia para los cubanos.
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*Samuel Farber nació y se crió en Cuba y ha vivido en el area de Nueva York desde el 1976. Es el autor del libro Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment publicada por Haymarket Books.        

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