Vegetariana en Cuba

Yusimi Rodriguez

Vendedor de bananos. Foto: Caridad

HAVANA TIMES, 16 feb. — Decidí dejar de comer carne en diciembre del año 1998.  No puedo decir que ingerirla me hubiera hecho daño hasta ese momento; tampoco sé si estoy exonerada de desarrollar células cancerígenas, a pesar de que muchos científicos aseguran que la dieta vegetariana evita el cáncer de colon, problemas intestinales, de presión sanguínea y de colesterol, entre otros problemas de salud. Mis motivaciones tienen que ver con el respeto a la vida animal.

Muchas personas me preguntan de qué me alimento, cómo me las arreglo para vivir sin proteínas, porque para la mayoría de los cubanos proteína es igual a carne.  Muchos ignoran que existe también la proteína vegetal y esta está presente en los frijoles, los frutos secos como la almendra, las nueces, las avellanas y el maní, y vegetales como el broccoli y la habichuela.

Mis comidas consisten casi siempre en arroz blanco (casi nunca tengo arroz integral), frijoles, vianda, un guiso de vegetales o una ensalada de vegetales crudos frescos (a veces ambos).  Mi dieta también incluye frutas, lácteos, pastas y dulces.

Generalmente no paso trabajo para alimentarme cuando estoy dentro de mi casa, y logro cumplir los tres requisitos básicos de mi dieta:  que sea vegetariana, lo más nutritiva posible y agradable a mi paladar. Los problemas empiezan cuando estoy fuera de casa.

Comiendo en la calle

Mis opciones para comer algo en la calle consisten en:  maní salado, turrón de maní (que los fabricantes elaboran por lo general con demasiada azúcar y agregando ingredientes que no son maní para sacar más provecho), batidos de frutas (que los vendedores elaboran con  demasiado hielo y agua, poca leche, poca fruta que además no es fresca y mucha azúcar), turrón de ajonjolí (que no siempre encuentro, además de que no es la forma en que más me gusta el ajonjolí) , helados (que me encantan, pero no es bueno para mí ingerir lácteos en exceso)l, dulces (azúcar y harina, o sea más dañinos que nutritivos), pizza (las buenas son muy caras, las baratas son…baratas, demasiada harina y poco valor nutritivo).

Lo que se ve con mas frequencia en la calle es pan con lechón.

A veces encuentro pan con queso.  También tomo jugos de frutas naturales y a veces tengo suerte de que no estén aguados. Los refrescos instantáneos y los enlatados quedan excluídos, excepto la malta que me gusta mucho.  Pero se vende en divisa y es cara, así es que también queda practicamente excluída.

En divisa también se venden la almendra, las avellanas,  y las manzanas.  Estas cosas me gustan mucho, pero son pocas las veces que compro cosas de comer en divisa. Cuando lo hago paso los días siguientes reprochándomelo.

Mi madre se preocupa porque a veces salgo temprano de la casa y regreso tarde por algún trabajo o porque voy al cine.  La pregunta de rigor siempre es:  ¿Y qué vas  comer?  La acompaña una expresión de angustia porque conoce la respuesta:  pizza, dulce, helado o maní. Eso no es comida, me dice. Y tiene razón.

Para almorzar en la calle por lo general me llevo un recipiente con comida.  Pero no puedo cargar otro, porque sería mucho peso, teniendo en cuenta que debo llevar también un pomo de agua y libros que pueda necesitar.  Además debo prever la posibilidad de caminar distancias largas o de correr para montarme en una guagua.

Cuando siento hambre y me acerco a las cafeterías, tanto estatales como privadas, lo que leo en el menú es:  pan con jamón, pan con jamón y queso, pan con perro caliente, pan con tortilla, pan con lechón.  A veces el lechón viene acompañado de unas hojitas de lechuga dentro del pan.

Entonces le pregunto al vendedor si me puede despachar un pan con lechuga solamente.  Me dice que sí, pero tengo que pagar los cinco pesos.  Algo que ya yo sabía y estaba dispuesta a hacer, pero el precio de un maso de lechuga en el mercado es de cinco pesos, muy pocas veces llega a costar seis o siete.  Dentro del pan no cabe la mitad de un cuarto del maso de lechuga.  Pero la persona que despacha debe reportar cinco pesos por cada pan que vende.

Cuando me asomo a los restaurantes lo que encuentro es: arroz frito (con jamón), arroz con cerdo, arroz con pollo, chuleta o pollo frito acompañado de arroz moro, vegetales y vianda. Los precios oscilan entre 15 y 30 pesos.  En algunos lugares se vende también caldosa, con carne.  En los establecimientos privados a veces logro llegar al acuerdo de pagar 15 pesos por un plato de arroz y frijoles (que no estén cocinados con carne) o de arroz moro (que no tenga chicharrones de puerco), con un poquito de ensalada y vianda.

A veces encuentro tamales a cinco pesos.  El tamal consiste en harina de maíz tierno que adquiere una consistencia sólida después de cocinarse dentro de su hoja.  Puede elaborarse solo con sazones o con carne de cerdo o pollo dentro. Casi siempre que pregunto a los vendedores si el tamal contiene carne, me miran como si hubiera preguntado una estupidez.  Por supuesto, me responden. Una sola vez logré encontrar a una mujer que vendía los tamales sin carne adentro.  Pero después me quedó la duda de si los habría confeccionado con manteca de puerco porque esta resulta más rentable que el aceite vegetal.

Alternativas vegetarianos

En La Habana existe un restaurante ecológico dónde la comida es absolutamente vegetariana y no se emplean huevos y ni siquiera leche.  Una sólo debe pagar 18 pesos y puede comer de todo, y servirse la cantidad de veces que desee.  Es uno de mis lugares preferidos en la capital, pero está ubicado en el Jardín Botánico que queda a unos 15 kilómetros del centro de la ciudad y no llegan muchas guaguas hasta allí.

Esta era la única verdadera opción para los vegetarianos de la capital hasta finales del año 2001. En esa época fui por primera vez a un restaurante vegetariano en El Vedado. Se trataba de El Pekín, que anteriormente se había espeicalizado en comida china.  También abrió El Viky, ubicado en Infanta y Carlos III, como restaurante vegetariano; el restaurant ubicado frente al teatro Amadeo Roldán, uno en El Mónaco y otro en Víbora Park.

En estos sitios se servían variedades de guisos y ensaladas de vegetales frescos, sopas, arroces, jugos, coctéles de frutas, postres; lasaña con queso y proteína vegetal (soja), con la que también se confeccionaban hamburguesas y albóndigas.  La proteína vegetal deshidratada también empezó a venderse en muchos establecimientos estatales; en el paquete se daban las indicaciones para prepararla.

"El cubano no es vegetariano”

En esa misma época algunos programas y spots televisivos informaban sobre los beneficios de comer vegetales en abundancia.  En el programa “Pasaje a lo desconocido” se entrevistó a un par de especialistas que hablaron sobre las ventajas de la dieta vegetariana sobre la que incluye carne.  Los medios nunca abordaron el aspecto ético del vegetarianismo relacionado con el respeto a la vida animal; pero se han distribuido folletos con recetas de platos confeccionados a partir de ingredientes vegetarianos.

A estos restaurantes no solo iban personas vegetarianas.  Al principio las personas elogiaban la variedad de platos y la confección. Usted podía elegir entre servirse la comida o que se la llevaran los camareros.   A veces la comida no estaba muy caliente y los vegetales no estaban muy frescos.  Los arroces y las ensaladas empezaron a estar un poco insípidos. Pero existía la posibilidad de agregar unos aderezos que costaban tres pesos extra.  Los precios eran un poco altos al principio.  Después lo que disminuyó fueron las raciones, aunque los precios se mantuvieron altos; pero estos variaban de un restaurante a otro.  La diferencia no era muy notable, quizás de uno o dos pesos.

No se vendía

De todas formas seguían siendo la mejor opción para las personas vegetarianas, a pesar de que algunos platos desaparecieron, por ejemplo los confeccionados con proteína vegetal.  La proteína vegetal también desapareció de los lugares dónde se vendía.

Luego los menús comenzaron a incluir pollo en algunos platos, a pesar de que los restaurantes seguían siendo vegetarianos.

En diciembre del año pasado estaba cerca de El Viky y me acerqué para comprarme una ensalada y un jugo.  Enseguida vi que las cosas habían cambiado.  Ya no tendría que comerme una ensalada de vegetales dudosamente frescos, ni que pagar cinco o seis pesos por un guiso casi insípido, o entre 13 y 15 pesos por una pequeña ración de arroz frito vegetariano.  De hecho ya no había restaurante vegetariano.

El Viky es ahora un restaurante de comida criolla. Cuando le pregunté a una de las camareras por qué había dejado de ser vegetariano, su respuesta fue que no era rentable, no se vendía; “el cubano no es vegetariano,” concluyó.

Antes ya habían desaparecido el restaurante vegetariano de Víbora Park y el de El Mónaco.  El Pekín ha vuelto a servir comida china. Lo más vegetariano que se sirve ahora en el que está ubicado frente al Teatro Amadeo Roldán es pizza napolitana.  En estos dos últimos restaurantes, que están ubicados en El Vedado, pregunté por las causas de que ya los restaurantes no fueran vegetarianos.  En El Pekín me dijeron que fue una orientación de la empresa; los empleados no saben el motivo.  Frente al Amadeo, uno de los empleados me dijo que los vegetales habían comenzado a escacear y como el restaurante no podía cerrar…

¿Rentabilidad?   ¿Escasez de vegetales?  ¿Ambos?  ¿Otros motivos?  El hecho es que ya no quedan restaurantes vegetarianos en la capital. Lo que sí abunda desde hace unos meses son los carritos y puestos de pan con perro caliente y pan con lechón.  Al parecer los animales para matar no escacean.  No es necesario hablar en la televisión de los valores nutritivos del perro caliente y del puerco (si es que los tienen).  La gente hace colas para comerlos y se venden muchísimo.

Mientras tanto, yo he regresado a la conformidad con mis anteriores opciones.

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