La vida para los discapacitados en Cuba sigue igual… o peor

Yusimí Rodríguez López

La Calle Obispo de La Habana Vieja.

HAVANA TIMES — Tengo miedo de andar por la Habana Vieja. No por los policías que podrían pedirme el carné o por los cubanos que podrían tomarme por una turista, sino por los inválidos, tullidos, mutilados que empiezan a volverse parte del paisaje a lo largo de la calle Obispo.

No temo por lo que pudieran hacerme; no veo en sus ojos (en los ojos de los que pueden ver) rabia, ira, ganas de vengarse del mundo. Lo que temo es acostumbrarme, que de tanto verlos, de tanta imposibilidad de hacer algo, se me haga un cayo en el alma y deje de dolerme.

Más que miedo es vergüenza lo que siento, no por algo que he hecho, sino por lo que no puedo hacer.

Algunos recordarán a Jorge Luis Moreira, mi entrevistado de Este gobierno se preocupa por la gente (III). Nació con una malformación congénita que lo ha hecho vivir en una silla de ruedas y padece, además, diabetes e incontinencia.

Pero el no está postrado en su casa, con la boca abierta como un pichón, esperando que le echen la comida. Ese es un lujo que ni los impedidos pueden darse en este país.

Lo conocí en la calle Mercaderes, tiene licencia para vender víveres en una carretilla, aunque ahora no puede usarla y los productos están caros, debe ir muy lejos a buscarlos. Pero va a la Habana Vieja a vender periódicos, y si algún turista se conduele ante su situación y decide darle algo de dinero…

En aquella entrevista, Jorge me contó que la policía se lo ha llevado detenido por asedio al turismo. Me habría resultado inverosímil que ningún policía detuviera a alguien en sus condiciones, si no hubiese sido testigo días antes cuando uno de nuestros agentes de la seguridad y el orden se llevaba a un señor al que le faltaba una pierna y andaba en silla de ruedas.

Jorge Luis

He vuelto a ver a Jorge la semana pasada, en la misma calle Mercaderes donde lo vi por primera vez y donde he vuelto a encontrarlo un par de veces. Su vida sigue igual: una pensión de 135 pesos que no alcanza ni para mal comer; cuando algún turista se acerca a darle dinero, los guías lo disuaden, asegurando que nuestro gobierno proporciona a los discapacitados todo lo que necesitan y estos mendigan (aunque Jorge no es un mendigo) porque quieren. Cuando aparece la policía, otros que no tienen licencia para vender nada, pero sí un buen par de piernas saludables, logran escapar; a él se lo llevan.

¿Qué esperaba yo cuando publiqué su entrevista? ¿Qué esperaba él?  ¿Qué podía cambiar?  Le di treinta centavos CUC que llevaba en el bolsillo, más para aliviar mi conciencia que su miseria. De todas formas, fue como una aspirina contra un cáncer. No será menos miserable por mis treinta centavos (unos seis pesos en moneda nacional), ni he podido dejar de pensar en él desde esa tarde.

¿Es culpa del gobierno que Jorge haya nacido con una malformación congénita? No solo sería estúpido culpar al gobierno; hay personas como Jorge, o en peores condiciones que Jorge, en todas partes del mundo.

A Jorge no le alcanza su pensión de la misma forma que no le alcanza la pensión a los jubilados, cuyo merecido descanso tras años de trabajo, consiste en inventar nuevas formas de subsistencia (y son afortunados de poder inventarlas). A Jorge no le alcanza su pensión, como no le alcanza el sueldo a los trabajadores, que ven en los jubilados sus futuros.

Los jubilados buscan la forma de vender jabitas, periódicos, se convierten en mensajeros del gas o espiritistas que leen las cartas y las palmas de las manos. «Luchan», y pagan sus impuestos y sus licencias, ahora que hay licencia para todo, hasta para dejarse fotografiar.  ¿Qué pueden hacer Jorge y otros como él, excepto depender de la caridad ajena?

Por años, nuestro gobierno promovió el internacionalismo, la ayuda solidaria a países que hubiesen sufrido un desastre o que estuvieran más necesitados que el nuestro. Se han destinado recursos, personal médico y técnicos cubanos, formados con el presupuesto estatal, para aliviar la situación las personas en otras tierras.

¿Por qué impedir que estos cubanos discapacitados reciban la solidaridad de los turistas o de nosotros, sus compatriotas, ya que el gobierno no puede cubrir todas sus necesidades?

¿Pero será esta la solución, que los discapacitados vivan de la mendicidad? ¿Y si a algún sesudo se le ocurre establecer una licencia para que los mendigos paguen impuestos?

La Calle Obispo.

Sigo sintiendo que algo está mal, que la mendicidad no debe ser la solución para estas personas. ¿A la vez, si el costo de la vida en Cuba hace que las pensiones que reciben del Estado sean insuficientes, qué derecho hay de impedir que se busquen la vida en la forma que pueda hacerlo?

No he sabido de ningún discapacitado que haya asaltado a alguien, en pleno día, en la calle Obispo. Me resulta difícil imaginar a una ciega o a un individuo sin piernas arrebatándole la cartera a alguien.

A Jorge le asaltan nuevas preocupaciones desde que lo entrevisté en febrero. Dice que hay rumores de que el Estado entregará todos los establecimientos estatales de venta de productos agrícolas a los trabajadores por cuenta propia. Aquí la gente, por experiencia, ha aprendido a dar crédito a los rumores que se riegan en las calles, por descabellados que suenen. Sobre todo si se trata de algo que puede empeorar su situación.

Jorge se pregunta de antemano, y ojalá innecesariamente, cómo va a comer si solo puede comprar los productos agrícolas y los cárnicos a los trabajadores por cuenta propia. No puedo hacer otra cosa que mirarlo impotente, avergonzada y convencida de que la próxima vez que lo encuentre las cosas no habrán mejorado para él.

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