¿De qué hablamos cuando hablamos de Revolución?

Yusimí Rodríguez 

HAVANA TIMES, 2 abr — Me surgió esta pregunta hace poco, cuando leía en el periódico Granma que un grupo de trabajadores por cuenta propia reafirmaba su compromiso con la Revolución.

No sé cuantas veces he escuchado y leído la palabra Revolución, a lo largo de mi vida. No sé cuantas consignas con la palabra Revolución, coreé en la escuela. Nunca, hasta ahora, me había preguntado qué exactamente era la Revolución.

Sólo espero que nadie intente aclarar mi duda sometiéndome a escuchar o leer, una vez más, el concepto de Revolución dado a conocer por el Eterno Líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro. No me sorprendería encontrar ese concepto en alguna enciclopedia o diccionario, tras haberlo escuchado incluso en la Terminal de la Coubre, a través del mismo micrófono que anuncia la salida de los ómnibus y trenes.

Pero antes de que nuestro líder, haciendo gala de su habitual genialidad (recuérdese la siembra del Café Carturra y la Zafra de los Diez Millones), anunciara el concepto, ya se hablaba de Revolución, así con mayúscula, para referirse al proceso que tuvo, ha tenido, supuestamente tiene y ¿tendrá? lugar en Cuba. Me asombra la tranquilidad con que la gente dice la palabra Revolución, al parecer con pleno conocimiento de lo que están hablando.

Recuerdo los años del Período Especial en tiempo de paz, cuando la consigna era “Salvar la Patria, la Revolución y el Socialismo.” La Revolución que debíamos salvar era aquella que había triunfado en 1959, y durante la cual se intervinieron hasta los más pequeños negocios privados (bodegas, cafeterías, timbiriches, venticas ambulantes) como últimos vestigios de la burguesía.

Dentro de la misma Revolución, sin que hubiese un cambio de gobierno, fue necesario entregar licencias para abrir pequeños negocios, en los años noventa. Veinte años más tarde, el gobierno ha tenido que entregar nuevas licencias para salvar la misma Patria, la Revolución, nuestro llamado socialismo.

Fue dentro de esta Revolución que se crearon las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), o sea suerte de campos de trabajo para homosexuales, hippies, roqueros, religiosos, delincuentes, y todo aquel que cupiera en el saco por mostrar una conducta impropia.

Una prima adventista no pudo acceder a la universidad por expresar su filiación religiosa, perdió varios empleos por el mismo motivo. Su familia fue invitada varias veces a emigrar.

La Revolución nos trajo un estado ateo. Los practicantes de cualquier religión no podían ser miembros del Partido Comunista de Cuba.

Luego, sin que se hablara de otra revolución, se permitió la entrada de los religiosos al Partido, empezamos a recibir a los solidarios Pastores por la Paz, y hasta tuvimos la visita del Papa Juan Pablo II en 1998.

¿Y quién lo recibió en persona? El excomulgado Comandante en Jefe Fidel Castro, el mismo que declaró el estado ateo. ¿Y dónde dio su misa el Papa? En la Plaza de la Revolución. Y allí estaban, cumpliendo la orientación de recibir al Papa con cariño y respeto, los militantes (católicos o no) del Partido.

Ahora, no solo engalanamos la ciudad para recibir a un segundo Papa, sino que se transmiten misas y mensajes religiosos por la televisión.

Ahora tenemos también la Jornada contra la Homofobia, aunque la homofobia siga en las mentes de policías y dirigentes. Se toca el tema de la homosexualidad en la radio y la televisión y se habla de tolerancia.

Aquellos a quienes, dentro de la misma Revolución, se les había inculcado la idea de que la homosexualidad era una aberración, una inmoralidad, incompatible con la concepción del hombre nuevo, solo pueden mirar boquiabiertos.

Todo esto ha sucedido sin que el gobierno sintiera la necesidad de disculparse por todos los atropellos cometidos contra homosexuales, religiosos, contra todo el que fuera diferente y se atreviera a manifestar su diferencia.

Sería, al menos un poco, coherente el gobierno, si de paso se dispusiera a respetar todas las diferencias, no solo las de orientación sexual o creencias religiosas, sino además las políticas.

En algún momento de esta misma Revolución, el gobierno decidió que era ilegal tener dólares, muchas personas fueron a la cárcel por ese delito. Durante el Período Especial, el gobierno despenalizó la moneda del consumismo y el imperialismo, como una de las medidas para salvar la Patria, la Revolución, el Socialismo.

Pero los que estaban en chirona, en el momento que se tomó la patriótica medida, en chirona se quedaron.

En 1994, conocí a un hombre que había caído preso por tenencia de dólares, solo semanas antes de la despenalización. Lo conocí, cuando acababa de cumplir su sentencia de dos años.

Nunca supe si la Patria, la Revolución y el Socialismo se salvaron. Los que sí se salvaron fueron aquellos afortunados que tenían en los Estados Unidos a algún familiar, otrora traidor a la patria, y ahora traedor de dólares, ropas, zapatos, comida.

Los patriotas que se quedaron, trabajadores abnegados, fieles al gobierno y a los escuálidos salarios estatales en moneda nacional (entre ellos, mis padres), vieron como el futuro mejor que creían estar construyendo se esfumaba. Ahora saben que para siempre.

Y todas estas contradicciones pertenecen a la misma película, que ya dura cincuenta y tres años, filmada en su totalidad bajo el sello del socialismo. Socialismo que, dicho sea de paso, según el propio Eterno Líder, nadie (por lo visto, ni siquiera él) sabe cómo se construye.

El ha dicho esto, sin sonrojarse, tras más de cincuenta años de experimentos con la vida del pueblo cubano.

Sé que alguien podría responderme que todo ha sido coherente con el concepto de Revolución anunciado por el Eterno Líder: “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado.”

Es la frase que más me gusta del concepto. Lo que no dice es quién decide qué cambios se deben llevar a cabo, quién decide el momento de llevarlos a cabo.

Hasta ahora, en Cuba, los cambios y el momento de realizarlos, los ha decidido una élite desesperada por mantener el poder.

 

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