Vivienda… una palabra maldita en Cuba

HAVANA TIMES – Desde hace algún tiempo Cuba vive al ritmo de una verdadera fiebre. Luego de años bajo un rígido sistema burocrático, que entorpecía hasta la más simple acción constructiva, a comienzos de 2012 La Habana levantó “la veda” que por décadas había mantenido sobre prácticamente todos los aspectos relacionados con la vivienda.

El cambio trajo aparejado una ola de ventas que todavía no alcanza su cénit, y más importante aún, abrió las puertas uno de los mayores movimientos de reparación y construcción de inmuebles que se recuerda en la historia nacional.

“Fueron muchos años en los que uno pasaba mil trabajos para conseguir la licencia de obra y empezar a juntar los materiales, recuerda Gilberto, un albañil que puso sus primeros ladrillos durante la década de 1970, cuando se levantaban los grandes repartos de edificios multifamiliares de la ciudad de Camagüey.

“En esa época sí se construía; se hicieron Montecarlo y Sánchez Soto, el Micro… Adonde uno mirara encontraba una obra o una cimentación, que era lo lógico, porque dígame usted mismo: ¿cómo un país puede desarrollarse sin terminar nuevas viviendas o arreglar las que ya existen?”

Una peculiar reedición de aquellos tiempos se desarrolla hoy a lo largo y ancho de la Isla, aunque con dos diferencias bien marcadas: sus miras son mucho más reducidas y el costo de los emprendimientos corre en lo fundamental por cuenta de los propios beneficiarios.

A primera vista, ambas condiciones parecieran resultar los escollos más infranqueables, pero no es así. A ellas se suman la insuficiente comercialización de materiales -reconocida por las propias autoridades como un problema sin solución en el futuro cercano- y la también escasa disponibilidad de mano de obra, que ha obligado a emplear alternativas como la de los reclusos de baja peligrosidad incluidos en la Tarea Confianza.

“Pero eso es para el Estado y los jefes, la gente normal tiene que chaquetear muy duro los materiales y ‘morir’ con los albañiles particulares. Si no fuera por mi padre, que nos está ayudando, no sé ni cuánto terminaría costándonos la casa, se lamenta Odalys, una de las hijas de Gilberto, que en el año 2013 se inició en la difícil tarea de dar techo a los suyos.

Un subsidio le permitió comenzar a edificar la llamada “célula básica”(cuarto, baño y cocina), un espacio de 25 metros cuadrados en el que conviviría con su esposo, su hija y una nieta. Mas aquellos 80 mil pesos no le resultaron suficientes, y muy pronto tuvo que apelar a un crédito y a sus propios recursos; “por suerte, era dueña de terreno y damnificada del ciclón Ike, si no, no hubiera tenido la posibilidad de subsidio ni nada”, agrega con esa resignación bizantina que en Cuba parece acompañar a quienes intentan hacerse con una casa propia.

Cuentas que no dan

Hasta enero pasado, unos 63 mil subsidios habían sido otorgados por las distintas instancias de gobierno locales, con un monto superior a los mil millones de pesos; por los mismos días la cifra de créditos para la reparación y construcción de viviendas alcanzaba los 200 mil, equivalentes en total a poco más de 1 800 millones de pesos.

Dichos números quedan muy por debajo de las necesidades reales del país, que de acuerdo con el último censo tiene más del 60% de su fondo habitacional (casi 2.3 millones de inmuebles) en regular o mal estado. Para completar la ecuación, según las propias estadísticas oficiales, en toda la Isla existe un déficit de casas que ronda el medio millón de unidades y resulta particularmente agudo en ciudades como La Habana y Santiago de Cuba, donde residen uno de cada cinco nacionales.

La situación se hace más preocupante ante el sostenido descenso que han sufrido los planes constructivos del sector. De aquellas proyecciones que en 2005 apostaban por edificar cada año al menos 100 mil nuevas viviendas y rehabilitar un número similar, solo fue posible cumplir lo previsto en 2006 (111 373); de ahí en adelante la curva sigue una tendencia decreciente, que se ha hecho más marcada durante el período de la Actualización Económica (de unas 35 mil terminaciones en 2009 a poco más de 25 mil el año pasado).

A los ritmos actuales de ejecución, serían necesarios más de veinte años para que el problema habitacional deje de ser uno de los mayores dolores de cabeza del ciudadano promedio. Sin embargo, incluso esa frontera temporal pudiera resultar una utopía, ante la caída en las producciones domésticas: salvo el hormigón premezclado, que tuvo un discreto incremento de 12 mil metros cúbicos, para el resto de los materiales de construcción el 2014 cerró con dígitos negativos, especialmente en insumos tan esenciales como el cemento (95,2% del calendario precedente), la arena y la piedra (en torno a dos tercios de las entregas de un año antes), y los techos (que entre metálicos y de asbesto cemento no superaron el 45% de lo que se había obtenido en 2013).

Como resultado de ese desabastecimiento no han demorado en elevarse los precios de la mayoría de los artículos, en ocasiones hasta en un ciento por ciento, con la consiguiente tensión que esa nueva realidad trae a los ya depauperados bolsillos isleños.

“Ahora, una teja de zinc no se consigue por menos 700 u 800 pesos (oficialmente su valor es de 506 pesos) y si está buscando cemento de la shopping (P-350) la única alternativa son los revendedores, pues ellos se aseguran de que no llegue a las tiendas”, asegura Juan Carlos Arias, un camagüeyano empeñado en reparar la añeja casona en que ha vivido toda su vida.

“No puedo ni pensar en ponerle tejas criollas, como debería; entre el precio de la madera y lo cara que están las tejas (hasta cinco pesos cada una) no me queda otra que irme por lo más barato, e incluso por esa vía la cuenta no da”, agrega.

Su caso no es –ni con mucho– de los más dramáticos. La verdadera odisea es vivida por aquellos que deben enfrentarse al problema desde cero, sin terrenos propios o con ellos, y que al poner el primer ladrillo de su futura vivienda pueden estar embarcándose en una travesía de décadas.

Fotos: Leandro Pérez.

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