Una comunidad campesina llamada Las Cajas

Vicente Morín Aguado

Camión de acopio de leche, al fondo las ruinas del club social.

HAVANA TIMES — “Nos quedamos en el kilómetro 184”, le dijimos al chofer de la Yutong mientras chequeaba nuestros equipajes. “No hay problemas-respondió- así que van para Las Cajas”. Pasadas dos horas cambiamos el aire acondicionado por la brisa mañanera, nuestro nuevo anfitrión arreaba el caballo y nos acomodábamos a los inevitables vaivenes del quitrín sobre el largo terraplén.

Durante tres kilómetros, a ambos lados de la carretera pedregosa se sucedían los rectángulos de agua embalsada, conectados a un complicado sistema de canales rústicos. Algunos estanques ofrecían el verdor del arroz recién sembrado, otros eran todavía extensiones de agua lodosa, donde a lo lejos un tractor removía el fango con sus grandes ruedas de hierro, especiales para lo que aquí llaman fangueo, es decir, arar la tierra anegada previa a la siembra.

Entre los futuros y presentes arrozales, algo de la sabana original quedó, ofreciendo pastos a unas pocas reses escuálidas junto a algún que otro caballo. Pronto los ojos ávidos tropezaron con un enemigo implacable, verde como las plantas del cereal básico de nuestra diaria supervivencia; su nombre es Marabú, no ofrece alimento alguno y no parece destinado a abandonar nuestros campos durante los próximos años.

En Las Cajas, la primera edificación es la Casa consultorio del médico y la enfermera de la familia; está prácticamente abandonada, por lo menos nadie residió en la vivienda durante los últimos cinco años. Un doctor realiza visitas esporádicas al pueblo, en tanto la enfermera vive en un caserío cercano, aunque acude periódicamente al lugar.

Más allá, en fila, la escuelita primaria, la tienda estatal de alimentos, un pequeño mostrador donde puede beberse una excelente limonada fría, en tanto algunos clientes esperan por los habituales panes con tortillas o croquetas y, costumbre campesina, al recién llegado le abren una botella de ron Cienfuegos, suave en su aroma de caña y no muy cargado de alcohol.

Casa consultorio del médico y la enfermera de la familia

Distante unos 100 metros se encuentra la torre del acueducto local con su enorme tanque encima; del otro lado, junto a la entrada, las ruinas de lo que fue el círculo social, casa amplia de una sola planta, antaño centro recreativo y cultural. Sobrevive, sin embargo, un pedazo techado, ahora centro de acopio de leche fresca. La ganadería se ubica junto al arroz como las bases de la economía local.

Estamos en las inmediaciones de la extensa llanura Habana-Matanzas. El verano cálido en extremo, el invierno registra aquí las temperaturas más bajas del país. Las Tierras rojas son muy fértiles, una planicie es todo un regalo para la agricultura intensiva, sin embargo los niveles de utilización del terreno distan mucho de ocupar la mayor parte del territorio.

Pasada la bienvenida nos vamos directo a los arrozales, porque con el verano comienza el trasplante de la Mota, plantas del cereal blanco resembradas, garantizando así un mayor rendimiento. Uno de los plantadores me instruye:

“Un mes después de sembrado el arroz se extraen las motas y se trasplantan. Esto ocurre dos veces al año; son los escasos momentos de ganar algún dinero día a día, por eso se juntan en brigadas colectivas grupos de 10 o 12 trabajadores.”

¿Cuánto pagan y quiénes pagan?

“Pagan los particulares que tienen tierras preparadas, son 100 pesos ($5.00 USD) el cordel listo para la cosecha. Una hectárea tiene 24 cordeles y puede rendir 50-60 quintales, vendido directamente al Estado cada uno en 292 pesos en moneda nacional” ($14.6 USD).

El trabajo es duro, los sembradores entran al estanque con un pantalón corto como única ropa. Aquí sí vale el refrán de “doblar la espalda”, porque tanto si extraen las motas o a la hora de sembrarlas, deben meter los brazos en el agua por encima de los codos. La operación se repite bajo el sol en una rutina agobiante de muchas horas. Es la condición si aspiran a unos 200 pesos por trabajador al final de la jornada.

¿Buen negocio para los propietarios? Otro trabajador de los más experimentados aclara mis dudas:

“En general es sobrevivir, escapar, aunque los que tienen muchas hectáreas pueden sumar dos buenas cosechas y ganar bastante dinero, pero son pocos por aquí.”

Pero se queda el tema de la ganadería, de la leche y el queso.

“Cierto, otra economía, sobre todo, porque no da muchas opciones de trabajo a la población, casi se resuelve con la familia de los dueños y a lo mejor uno o dos ayudantes más.”

¿Cuánto tiempo dura la Mota? ¿Qué pasa después?

“La Mota es un mes, ya le dije, dos veces al año; después ¡a inventar que para eso somos cubanos!”
—–
Vicente Morín Aguado: morfamily@correodecuba.cu

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