Ser Maestro en Cuba

Rosa Martinez

Aula en Santiago de Cuba. foto: flickr.com

HAVANA TIMES, Sept. 8 — María del Carmen es una pariente mía que tiene 26 años y desde hace 5 trabaja en una escuela primaria en las afueras de Santiago de Cuba, la Tierra caliente.

María pudo haber sido doctora, ingeniera o arquitecta, porque desde pequeña fue muy inteligente y estudiosa, y por eso su dedicación y talento la mantuvieron siempre entre las mejores de su aula.

Cuando cursó el 12vo grado sus compañeros tuvieron que estudiar día y noche, como se dice en buen cubano, quemarse las pestañas, para tener derecho a acceder a las mejores carreras. Afortunadamente ella no necesitó hacer grandes esfuerzos para hacer realizad su sueño: ser maestra.

Medicina estaba entre las carreras que mayor número de plazas ofertaba, y al propio tiempo la que más le interesaba a la mayoría.  En Cuba, goza de gran prestigio, y desde el surgimiento de las misiones internacionalistas adquirió otro incentivo, muy atractivo para estudiantes y padres.

Ya no era solo una carrera de grandes sacrificios y mucho estudio, sino también la de la oportunidad de aspirar a materializar el sueño de todo cubano: viajar y mejorar económicamente.

Carrera de fracasados

Cuando María decidió qué estudiaría, fueron muchas las críticas que recibió de familiares y amigos. Pero ella no escuchó a nadie. No le importó siquiera las palabras de su madre: “Educación no da nada mi hijita.”

“Tú no ves los trabajos que pasa tu madre. Con 15 años como educadora, todo el mundo la conoce, tiene una excelente trayectoria, y aún así está loca por irse del sector,” le repitió en más de una ocasión su padre que es Licenciado en Historia, pero siempre trabajó en museos u otras instituciones históricas.

Students in Havana. Photo: Caridad

Sus amigas no pensaban diferente. Julia, la más cercana a ella, le dijo una vez, “es increíble que optes por Educación, con lo inteligente que eres.  Con tu promedio puedes escoger la carrera que quieras.  ¡Muchacha, no desaproveches tu talento!

Otros le dijeron que Educación era la carrera de los fracasados, la última carta de  la baraja.

Solo su abuelo apoyó su decisión.  A él únicamente le interesaba que María estudiara la carrera que le gustaba y realizara su sueño, algo que él mismo no pudo lograr.

Ya han pasado cinco años desde que mi joven prima recibiera el título que la acredita como Licenciada en Educación, en la Especialidad: Enseñanza Primaria, y no son pocas las dificultades que ha tenido que enfrentar, pero las satisfacciones son aún mayores.  Nada la hace más feliz que la sonrisa de sus niños a los que mima como si fueran sus propios hijos.

Aunque trabaja con niños pequeños se esfuerza mucho para mantenerse actualizada, por aprender cada día más, y estar preparada para cada pregunta que haga cualesquiera de sus  soldaditos de uniforme rojo y pañoleta azul.

El 6  de septiembre María volvió a su aula con la misma alegría de hace cinco años. Tiene un nuevo grupo de niños, más pequeños y más intranquilos que los del curso anterior, pero igual que siempre tratará de ser la mejor maestra, la que no se arrepiente jamás de haber escogido la mejor vocación: la de maestro.

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