La familia de Ainoa y el atraso legal en Cuba

Por Susana Hernández Martín  (El Toque)

A Lisset, Liusba, Alejandro y Yanier los unió su deseo por ser madres y padres.

HAVANA TIMES – Liusba mira a la cámara y mientras su novia Lisset le pasa el brazo por la espalda, entre amorosa y protectora, dice que la mayor satisfacción, además de estar embarazada, es que ella nunca había visto a su mamá y a su papá tan felices, porque en definitiva eso no es lo que se espera de una pareja de lesbianas.

De una pareja de lesbianas se espera que no sean evidentes, que guarden los besos para su casa, que sean más hermanas que novias, que sean femeninas, que sean fuertes, que sean sexys, que tengan muchos gatos, que quieran a sus sobrinos, que no miren de frente a los hombres, que no tengan hijos, que existan, por favor, pero bajito.

Sin embargo, allí están Lisset y Liusba tomándose las manos, besándose con ternura, aunque las tilden de groseras; viviendo juntas, aunque la ley se niegue a reconocer su matrimonio y esperando a Ainoa con ilusión, después de que Liusba expusiera su salud y hasta su vida para gestarla. Como ninguna clínica les ofrecía tratamientos de fertilización a dos lesbianas, tuvieron que optar por la inseminación doméstica.

La vida es rica en configuraciones cuando de familias se trata, no existe un modelo único y mientras se sostenga en el amor y la colaboración de sus integrantes, cada una es tan válida como las demás.

Afortunadamente conocieron a una pareja de jóvenes gays que también querían ser padres y uno de ellos se convirtió en donante. Tras varias semanas durante las que Liusba y Lisset investigaron sobre los requisitos para realizar un procedimiento como este en su propia casa, se lanzaron en una experiencia que, en este caso, tuvo un final feliz.

Mientras se frota la barriga, que de tan grande ya no le permite sentarse derecha, Liusba asegura que después de dos intentos el fruto está aquí, tiene seis meses de embarazo, ellas son dos madres felices y ellos son dos maravillosos padres.

 

Vea la historia de esta familia numerosa aquí:

 

Ahora más que nunca, cuando ya sabemos que el artículo 82 —versión “transmutada” del inicial 68— viene pasado por agua y bajito de sal, la historia de esta familia es un potente recordatorio: la realidad no esperará por una Constitución que la respete, porque un papel no limita la vida. La vida devora los papeles y rompe los muros en su necesidad de expresarse.

Sobre el papel y sus firmantes recaerá, no obstante, la angustia de tantas familias que verán postergados por dos años más el debate sobre sus derechos y los riesgos que corren ante la desprotección legal y asistencial en que viven.

La vida es rica en configuraciones cuando de familias se trata, no existe un modelo único y mientras se sostenga en el amor y la colaboración de sus integrantes, cada una es tan válida como las demás.

También caerá sobre los representantes del pueblo la decepción de quienes confiaron otra vez en una estructura institucional que últimamente genera más desilusiones que alegrías y el crédito de haber fortalecido el movimiento fundamentalista cristiano que seguirá en esta lucha, ahora empoderado ante lo que considera una victoria moral e, indiscutiblemente, política.

Dentro de dos años, la familia de Ainoa será sometida a votación, en un ejercicio que probablemente arrojará los mismos resultados para las personas LGBTIQ+, porque en tan poco tiempo no se corrigen décadas de discriminación.

Lo que sí podemos corregir es el proceso. Podemos defender hasta el final la idea de que plebiscitar los derechos humanos no es un acto de democracia sino de violencia hacia quienes no los tienen garantizados. Podemos exigir que las personas que designamos para representarnos asuman los riesgos que aparecen cuando se escoge el camino de la justicia social para todos los seres humanos.

 

Este texto se redactó con la colaboración del Proyecto Abriendo Brechas de Colores – LGTBI

 

 

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