Hostales en Trinidad, Cuba: las verdes y las maduras

By Gisselle Morales Rodríguez  (Progreso Semanal)

Hostal en Trinidad, Cuba. Foto: Carlos Luis Sotolongo

HAVANA TIMES — A cada rato, mientras recoge la mesa donde desayunaron sus huéspedes y le encarga a la empleada el menú del mediodía, Mercedes Gómez recuerda una de las primeras reuniones, hace casi 20 años, cuando en Trinidad comenzaba el boom de los hostales particulares.

“El Estado no necesita para nada los ingresos de este tipo de turismo”, concluyó categórico un funcionario que, durante casi una hora, se había encargado de ponerlos en su sitio: el país les permitía que arrendaran habitaciones pero, que conste, no porque los hoteles estatales no dieran abasto, sino para que ellos pudieran tener ingresos. Más bien parecía un favor.

Mercedes se acuerda de aquella arenga y hasta siente pena por el orador de turno: “El pobre —me dice—, ¿quién iba a decirle que hoy los negocios por cuenta propia iban a aportar más del 50 por ciento de los ingresos del municipio y que, en lugar de tratarnos como parias, hasta nos reconocen públicamente por televisión?”.

Sentada en su sala de puntal altísimo, se mece con insistencia en la comadrita mientras evoca las verdes y las maduras por las que ha debido pasar desde que en 1996 decidió aprovechar los atractivos y la amplitud de su casa, levantada en el siglo XVIII en pleno Centro Histórico de Trinidad, para exprimir esa mina de oro que es el turismo.

Lo que no sabía entonces y cuenta tranquilamente ahora es que, además de ingresos por encima de la media, bonanza económica como para contratar empleados de servicio y hasta para permitirse algún que otro capricho, de estos años ha salido con una dosis no desdeñable de estrés y un sobresalto en la boca del estómago que raramente se le quita: “Hay quien piensa que todo es miel sobre hojuelas, pero no es fácil meter a desconocidos bajo el mismo techo donde vives con tu familia”.

Hostal en Trinidad. Foto: Carlos Luis Sotolongo

Tiempo de gardeo

Mercedes Gómez no se llama Mercedes Gómez, ni Nereida López es el nombre de la amiga y colega de arrendamiento que llega para contar también su historia de dos décadas en estas lides. Pero ambas han insistido: “Usted sabe lo que pasa —explica la hipotética Nereida—, que en Trinidad todo es muy complejo, porque pueblo chiquito, infierno grande. Ahora yo le digo cualquier cosa y usted se va, pero yo me quedo y es a mí a quien le caen los inspectores en pandilla”.

Por “cualquier cosa” Nereida se refiere a las mil y una verificaciones por las que, hasta hace apenas unos años, pasaban los propietarios de hostales prácticamente día tras día: chequeos de la Oficina Nacional de Administración Tributaria para comprobar que la documentación estuviera en regla, inspectores del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social que venían verificando casi lo mismo, inspectores del sistema de la Vivienda, que a veces no sabían ni a lo que venían…

“Fíjate si fue una etapa de gardeo constante que todavía los veo venir y me sobrecojo —confiesa Nereida—, y eso que ya hoy los controles son mínimos y los inspectores integrales no te revisan hasta donde el jején puso el huevo”.

Y a seguidas me cuenta de la señora a la que le levantaron las tapas de los calderos para ver si estaba cocinando langosta, y de la vez que la despertaron a las cinco de la mañana para comprobar si la cantidad de turistas que tenía hospedados se correspondía con los declarados en el registro de Inmigración y Extranjería, y de cuánto le pagó a ciertos personajes para que la dejaran tranquila. “A mí que me pongan la multa —asegura Mercedes, plantada en sus trece—, yo prefiero pagarle al Estado que al bolsillo de alguno de esos chantajistas”.

Pero esos tiempos de agobio han pasado, coinciden ambas. Tras la ampliación del trabajo por cuenta propia en 2011, muchas de las restricciones y los excesos burocráticos para mantener los hostales en el marco de la legalidad han sido derogados, una medida que, sin dudas, estimula a la nueva generación de arrendadores que está gestionando por su cuenta y riesgo la Ciudad Museo del Caribe.

Repartir el pastel

Mapa de Hostales “bed and breakfast” en Trinidad por Trip Adviser.

Calificados por Reiner Rendón, delegado del Ministerio del Turismo (Mintur) en Sancti Spíritus, como parte indisoluble del producto turístico en Trinidad, los hostales privados ya no son “cuatro gatos” —como suele calificar Mercedes a los atrevidos de 1996—, sino más de 950, dato que se traduce, según cifras manejadas por el sector, en unas 1 300 habitaciones.

La capacidad de hospedaje estatal no es muy superior: 1 480 habitaciones, número que debe aumentar en los próximos años cuando entren en funcionamiento los dos nuevos hoteles que hoy se construyen y los que ya han comenzado a levantarse en los planos de los proyectistas.

De modo que, llegado este punto, a ambas formas de gestión, estatal y privada, no les queda más remedio que aprender a convivir en armonía o, lo que es lo mismo: repartirse el pastel sin tiranteces.

Aunque, a decir verdad, el diferendo no es solo entre las instalaciones regentadas por el Mintur y las administradas por los ciudadanos, sino que han emergido nuevas formas de competencia —ora evidentes, ora sutiles— entre los propios emprendedores particulares.

Casa Lola. Cortesía de turoperadores.

De ello da fe Yamisleydi Martínez García, artista de la plástica que desde el pasado abril también funge como dueña de Casa Lola, un hostal que viene ganando notoriedad por su aspiración a un turismo más chic.

“Este sitio le interesa fundamentalmente a los huéspedes que buscan confort y altos estándares, personas que no vienen tras el calor humano que puede encontrarse, por ejemplo, en una casa donde estén obligados a compartir con los cubanos”, describe Martínez García.

Yami, como todos la conocen en Trinidad, saca a relucir las diferencias entre los tipos de alojamientos privados que ahora mismo coexisten en la ciudad: viviendas de familia que rentan habitaciones y coinciden con los extranjeros; casas que se dedican por completo al arrendamiento —una suerte de hotel a menor escala—, e inmuebles que han sido erigidos desde cero en función del turismo, que son los menos, pero son.

En estas dos últimas modalidades, más recientes y más costosas, los precios pueden multiplicarse exponencialmente con relación a los hostales promedio. Hasta 80 y 100 CUC por noche puede costar una habitación en instalaciones como Casa Lola, mientras en viviendas de familia oscilan entre los 15 y 35 CUC.

Conscientes de que el escenario se complejiza, Mercedes y Nereida prefieren, sin embargo, mantener sus negocios tal y como los iniciaron a finales de los 90: diseñados para turistas de clases media y baja que no tienen dinero suficiente para gastarlo en lujos o para el visitante con intereses antropológicos que viene auscultando la vida real en Cuba.

“Nosotras seguimos como Pijirigua —se enorgullece Nereida—, avisándonos por teléfono cuando vienen los inspectores y cuando sacan pollo en la shopping, pidiéndonos prestado papel sanitario y enviándonos los turistas cuando estamos a tope. Esa camaradería en el gremio se ha perdido un poco”.

Hostal en Trinidad. Foto: Carlos Luis Sotolongo

Y es una lástima que así sea, porque de semejante tensión hasta el extranjero se percata, casi siempre en medio de los “cazadores” que intentan robarse los clientes y acosan al turismo, una modalidad delictiva que ha disminuido pero no logran cortar de raíz por más que lo intenten autoridades y fuerzas del orden público.

En lo que sí beneficia este nuevo boom de los hostaleros es en la diversificación y aumento de los empleos que ha transfigurado en apenas unos años la fisonomía de la ciudad. En las más de 50 manzanas que conforman el Centro Histórico, por ejemplo, pueden contarse con los dedos de una mano los inmuebles que no gravitan en torno al turismo, ya sea como hostal, galería de arte, paladar, cafetería o espacio de exhibición.

Más de 6 000 trabajadores por cuenta propia pagan sus cuotas en Trinidad, la inmensa mayoría de ellos, al decir de especialistas del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, se dedica a alguna actividad vinculada con el turismo.

“Eso sin contar las personas que mantienen sus trabajos por el Estado y en su tiempo extra se ganan sus pesitos en los hostales”, asegura Nereida, y para rematar enumera los casos que conoce: tenedores de libros, pagadores de impuestos, fregadoras por horario, peladoras de viandas y especias, empleadas domésticas…

En última instancia, es un fenómeno nacional, solo que en Trinidad se concentra en apenas 70 hectáreas donde las mansiones monumentales, las calles empedradas y sinuosas y el calor telúrico del folclore gestan un tempo diferente. Un tempo y un espacio sui géneris que aún deben aprender a protegerse de los efectos demoledores del turismo.

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