Manuel R. Gómez (Progreso Semanal)
En esta ciudad que prácticamente vive del debate político y en importantes sectores de la prensa y la opinión pública en general, el ambiente que se ha respirado es que los cambios eran irreversibles e incluso sucederían rápido. Pero dos votos en la Cámara de Representantes en estos últimos días y uno que se espera la semana que viene, han puesto en duda esas suposiciones.
Los opositores por primera vez han desplegado con fuerza sus tácticas de oposición legislativa con bastante éxito y como resultado sabemos mucho más respecto a lo que piensan más de 100 congresistas sobre el asunto, un dato clave para evaluar el panorama futuro. Y ese panorama ha dejado repentinamente de ser que los cambios son irreversibles a corto o mediano plazo. Sobra decir que los congresistas cubanoamericanos han estado al frente de estos esfuerzos.
La semana pasada la Cámara aprobó (y enviará al Senado) proyectos de ley para los presupuestos de los Departamentos de Comercio y Transportación, cada uno con enmiendas para dar al traste con cualquier intento de facilitar los viajes a Cuba o el comercio con la isla, dos puntales de los cambios de Obama y de la legislación que establece el embargo. Y se espera una enmienda similar para el Departamento de Estado la semana que viene, que limitaría los recursos que pudiera tener una eventual embajada norteamericana en Cuba.
Estos proyectos se aprobaron con márgenes de victoria de 120 y 71 votos respectivamente, cifras que por primera vez nos indican cómo piensan muchos de los legisladores en la Cámara, controlada por los Republicanos. En contraste con el ambiente de supuesta irreversibilidad, parece que existe una importante mayoría, no solo a favor de mantener el embargo, sino opuestos incluso a los modestos cambios anunciados por la Administración. Es decir, ni hablar de eliminar las prohibiciones de viajes netamente turísticos o de comerciar normalmente, lo que exige desmontar todo el ensamblaje legal del embargo. Malas noticias para los que favorecen los cambios.
Es cierto que es dudoso que el Senado apruebe leyes semejantes y la Casa Blanca ya indicó su intención de vetar tales proyectos en caso de que llegaran en su forma actual al Presidente—en parte por las enmiendas sobre Cuba, aunque fundamentalmente por otras razones de mayor importancia en cuanto al presupuesto federal. Pero un pronóstico pobre para estos proyectos de ley en cuanto a sus objetivos principales no es lo que de veras pesa en relación a los cambios en política hacia Cuba. Lo que importa son los márgenes de victoria.
Dejando a un lado el entusiasmo de estos primeros meses, un verdadero cambio de política depende de las posibilidades de que los EE.UU. abandonen su embargo, lo que exige mayoría de los votos en ambos, la Cámara y el Senado. Visto de esa manera, la irreversibilidad de los cambios a corto y hasta mediano plazo ya no parece tan prometedora.
Para poner estos votos en su contexto conviene resumir el estado actual de otro proyecto de ley en el Senado, entre muchos otros en relación a Cuba, lo mismo a favor que en contra. El que más apoyo ha recibido hasta el momento es un proyecto que eliminaría todas las prohibiciones de viajes a Cuba para ciudadanos y residentes de los EE.UU. Ese proyecto toca el tema de libertad individual con mucho apego en la población y la tradición norteamericanas. Actualmente tiene 37 patrocinadores, una cifra de peso aunque lejos de ser decisivo en un Senado de 100 miembros.
Aun suponiendo que ese proyecto logre una mayoría de votos en el Senado, sin embargo, ¿cuál sería su futuro en la Cámara, tomando en cuenta esos recientes márgenes de victoria? Sombrío, si no imposible. Y esto con el tema que más apoyo popular tiene probablemente en EE.UU.
El restablecimiento de relaciones parece que sí viene, a juzgar por las declaraciones de ambos países a raíz de las últimas negociaciones, y teniendo en cuenta que esa decisión sí está en manos del Presidente. Pero a corto plazo eso escasamente significaría el simbólico izar de las banderas en ambos edificios, porque ni siquiera es seguro que los EE.UU. puedan nombrar un embajador que el Senado apruebe, u obtener los fondos para establecer el nivel de embajada que la nueva política de Obama exige.
Es cierto que todavía la Administración y otros tienen más de un año para tratar de darle impulso al cambio. También es cierto que todavía no sabemos cuánta influencia podrán tener los incipientes grupos empresariales de cabildeo a favor del cambio de política, que todavía están formándose y cogiendo impulso. Por otro lado, aunque parece muy improbable que un futuro presidente Republicano pudiera de nuevo romper relaciones con Cuba, ciertamente podría retirar muchas de las medidas ejecutivas de Obama. Para eso tenemos los ejemplos de Reagan y Bush II en el pasado. Y aun con una victoria demócrata en las elecciones presidenciales, estamos hablando de un empate, no la victoria de ningún lado del diferendo.
Si bien es cierto que el pronóstico a largo plazo por numerosas razones es un cambio de política estilo Obama, también parece que, fuera de un improbable terremoto político en las próximas elecciones, a corto e incluso mediano plazo, todo está dudoso menos el restablecimiento de relaciones diplomáticas. En cuanto a la verdadera normalización de relaciones, para lo cual ambos países reconocen—al menos hoy– que hay que desmantelar el embargo, para eso los votos en la Cámara sugieren que todavía hay que esperar bastante más.
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