El agridulce andar del queso blanco

Vicente Morín Aguado

Vacas en la campiña cubana. Foto: Licet Cruz

HAVANA TIMES — “Yo creo que los policías, como los perros, nos cazan por el olor. No hay forma de sacarse del cuerpo el rancio olor a leche cortada pegado al pellejo para siempre, ni siquiera el mejor Palmolive acaba con esto.”

Isabel acaba de vender sus cien libras al dueño de una pizzería en la capital. En los hombros, justo sobre las clavículas, aún permanecen dos marcas rojizas de una anchura exactamente igual a las correas de su mochila. Ella desembarcó en la madrugada, vino desde un pueblecito junto a la autopista La Habana y Santa Clara.

Cuba es una isla larga y estrecha, todos tienen que coger la única de las vías posibles, en el camino aguarda la policía de carretera, ligada operativamente a los Puntos de Control, siempre en la frontera inter provincial. Cualquier vehículo puede ser detenido e inspeccionado sin previo aviso, bajo sospecha de trasladar mercancías prohibidas: carne de res y queso son los casos más frecuentes. Los refrigerados “Yutong” de la Empresa de Ómnibus Nacionales (EON), son molestados con menos frecuencia, además tienen itinerarios fijos, es posible contactar previamente a los necesitados choferes.

Maribel, sigue la narración. De ahora en adelante no es significativo cuál de ellas habla, son compañeras inseparables en los 200 kilómetros de ida y regreso semana tras semana:

“Los choferes transan por 50 pesos si no hay carga, cuando saben que llevas algo fuera de lo legal, hay que darles 100 más, pero ellos conocen a los guardias y así casi siempre escapamos.”

¿No cargan más porque no pueden?

“Bueno, en parte sí, pasar de 100 libras es demasiado, pero además, no hay tanto queso para recolectar cada semana. Los vaqueros están controlados, vienen inspectores a contarles las vacas paridas, ellos saben más o menos cuánta leche dan y la mayoría tienen que entregarla a la empresa”.

¿No diremos sus nombres, tampoco el lugar, pero es importante saber cómo va la economía para ustedes?

“Compramos el queso en las casas de los fabricantes, entre 12 y 15 pesos la libra. Súmale por cada una de nosotras 150 hasta La Habana y 50 al regreso, además, otros 50 en comida porque si no terminamos en el hospital”.

La cuenta da, para las renombradas 100 libras, 1300+150+50+50=1550 Pesos. ¿Cuál es el precio para el dueño de la pizzería?

“Ahora mismo anda por 30, pero no siempre nos pagan al momento, a veces dicen no tener todo el dinero y quedamos “enganchadas” hasta el siguiente viaje. Figúrese, después de tanto riesgo y esfuerzo, no hay deseos de seguir rumbo a otro comprador, ¿Y si te agarran en el camino?

¿Y por qué ustedes, las mujeres, no es mejor ese peso para los maridos?

Vender queso en la ciudad puede traer grandes multas. Foto: Angel Yu

Julián interrumpe el sorbo de ron que juntos tomamos para responder, un poquito herido en su honor y aclara:

“Hemos probado, pero no da la cuenta, aquí se invierte la cosa, nosotros nos quedamos de amos de casa, es que la policía se le tira menos a las mujeres, les resulta más fácil viajar, hay más condescendencia”.

De cualquier manera pueden ganarse unos 1500 pesos por semana, parece bueno, pero los sinsabores son grandes. Uno se pregunta si no hay mejores opciones alrededor de cada pueblo. El hombre vuelve a responder:

Aquí, si no eres dueño de tierras, de ganado, entonces trabajas para ellos. Los salarios, tal vez 50 pesos diarios que se te van escasamente en la comida, ¿y la ropa de los niños?, yo tengo dos, van a la escuela, pero rompen zapatos por meses en estos condenaos terraplenes. Las mujeres quieren estar a la moda, se lo merecen como cualquier habanera. Una muda de ropa es igual a un viaje si no te agarran por el camino.”

¿Las han agarrado?

Las mujeres sonríen, alivian la pena de contar sus malos momentos, pero aceptan responder:

“Una vez nos atraparon bajándonos de la guagua en la esquina de los Cuatro Caminos, aquel chofer no era de los buenos, nos soltó así, sin mirar para atrás y ahí mismo estaba la patrulla. Yo corrí a esconderme en un pasillo.”

“Yo no corrí, siempre le dije a Isabelita que correr es peor. Nada, nos llevaron a la estación, una multa de 1500 pesos a cada una, queso confiscado y a pedir prestado hasta que te recuperes.”

¿Entonces el andar del queso no se acabará nunca?

“¡Nunca!-dicen a coro- Nosotras creemos que es nuestro destino, ¿de qué viviremos entonces?”

¿Pero este queso no les sabe muy bien que digamos?

Julián me hace señas indicando el vaso con la botella en la mano: “Ahora sabe a ron y chicharrones, otras veces huele a leche cortada.”

Entonces coincidimos, agridulce, como la vida misma.

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