Cuba en la era de Trump

Fernando Ravsberg

HAVANA TIMES — El teatro, la escenografía, el guión, la banda sonora y hasta el público elegido por Trump para anunciar el fin del acercamiento con Cuba no podría haber sido peor. En comunicación política el nuevo presidente de los EEUU es apenas una caricatura de Obama.

Elige un teatro que simboliza la derrota de EEUU en Playa Girón, no tienen la delicadeza de colocar banderas de Cuba, vuelven al tosco lenguaje de la Guerra Fría, la música la dejan en manos del hijo de un conocido asesino y reúne a un auditorio de cubanos que corea como posesos ¡USA! ¡USA!.

El nuevo inquilino de la Casa Blanca es transparente en sus intenciones respecto a Cuba. Regresa a los años 60 con la fracasada estrategia de generar hambre, miseria y desesperación en la gente común para empujarlos a alzarse contra el gobierno y terminar con la revolución.

Gracias a Telesur, los cubanos pudieron ver el discurso de Trump contra Cuba y el show que lo rodeó.

El objetivo de Barack Obama fue apoyar el florecimiento económico de los emprendedores para que ellos fueran quienes transformaran el socialismo en capitalismo. El de Trump es llevar esos pequeños negocios privados a la quiebra para que los dueños y empleados se lancen a las calles.

¿Quién pierde cuando se limita el turismo? El investigador Pedro Monreal explica que el 76% de los estadounidenses se hospedaron en casas particulares. El 99% comieron en restaurantes privados. El 86% compraron artesanías u obras a artistas independientes. El 85% viajaron en taxis particulares.

La mayoría de los canadienses, europeos y latinoamericanos contratan hoteles “Todo incluido” y dejan el grueso del dinero en las arcas del Estado. Los estadunidenses vienen por su cuenta, comen en paladares, alquilan casas particulares y pasean en descapotables de los años 50.

En el público estaban los sobrevivientes de la invasión a Cuba, quienes se rindieron antes de 72 horas y fueron cambiados después por compota al gobierno de J. F. Kennedy.

El show del 16 de junio convirtió a Trump en un solista, acompañado apenas por un selecto coro de congresistas cubanoamericanos, los derrotados de la brigada invasora de Bahía de Cochinos y la oposición interna, mientras “serruchaba” un violín el hijo del asesino de Frank País.

Los disidentes presentes en el acto eran Jorge Luis García (Antúnez), Ángel de Fana, Antonio Rodiles, Ailer González y Rosa María Payá. Cantaron eufóricos el himno de EEUU a pesar de que Donald se niega a devolverles los U$D 20 millones que les entregaban sus predecesores cada año.

Los extremistas están felices porque volvemos a la Guerra Fría. En un lado del estrecho de La Florida aplauden frenéticos porque otro presidente les promete el fin de la revolución. Mientras, los de esta orilla se autoproclaman como los “elegidos”, los únicos con derecho a defender a Cuba.

Esos son los que excluyen y destruyen, mientras el resto siente que la nación está por encima de cualquier diferencia. Los que hablan de unir a todos los que la amen, creando una enorme alianza para enfrentar e impedir que la estrategia de Trump se consolide.

Con las restricciones al turismo de estadounidenses a Cuba, Trump afectará en gran medida a los emprendedores cubanos.

La nueva política permite ver un escenario descarnado, sin espacio para confusiones. El ataque no va dirigido contra el gobierno o los militares como aseguran sino contra toda la nación cubana, buscando socavar sus esfuerzos de salir adelante desarrollando una economía más flexible.

El levantamiento del Embargo de los EEUU no depende de Cuba sino de los enredos políticos de elefantes y burros en Washington. Los cubanos poco pueden hacer, no tienen el poder económico, militar o político suficiente como para presionar a la primera potencia mundial.

Quedan entonces pocas opciones, una es rendirse y aceptar el derecho de EEUU a dictar la política interna de Cuba, tal y como lo hacían durante los gobiernos republicanos. La otra es volver a las viejas trincheras y continuar, por los siglos de los siglos, siendo tan dignos como pobres.

Pero la respuesta más inteligente, para impedir que hundan a los cubanos en el hambre, la miseria y la desesperación, podría ser acelerar las transformaciones económicas internas imprescindibles para resistir con cierta prosperidad hasta que en la Casa Blanca se instaure el sentido común.

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