Biotecnología cubana: ciencia y empresa

HAVANA TIMES – Por primera vez en casi treinta años la industria biotecnológica y farmacéutica cubana constituye un sector priorizado para la inversión extranjera en el país. El Decreto-Ley de la Zona Especial de Desarrollo Mariel (ZEDM) inauguró esta posibilidad, que luego fue refrendada en la Ley 118.

En estos momentos todos los posibles negocios con capital foráneo se ubican en Mariel, específicamente en el área A-3, que abarca 459,5 hectáreas, y acogerá el parque industrial de alta tecnología. Allí existen 13 iniciativas para diseñar y/o construir plantas productivas, cuyos resultados estarán destinados mayormente al mercado externo.

La categoría “otros proyectos” incluye dos instalaciones más de este tipo, junto a servicios auxiliares como metrología, refrigeración, tratamiento de agua y residuales, movimientos de carga, almacenes…

El monto de inversión previsto supera los 860 millones de dólares: aproximadamente el 10 por ciento de la cifra total calculada para los proyectos de la Cartera de Oportunidades de inversión extranjera presentada en noviembre pasado.

El sector biotecnológico muestra credenciales de peso: garantía de suministros a la salud pública, variedad y calidad de sus productos, exportaciones que cubren su crecimiento y generan ganancias al resto de la economía, profesionales calificados, uso de tecnología de punta… Aquí ha sido clave la “recombinación” de ciencia, función social y rentabilidad.

Ante la potencial entrada de socios extranjeros, parece aplicarse la visión del doctor Agustín Lage, director del Centro de Inmunología Molecular (CIM), según la explica en su libro La economía del conocimiento y el socialismo (2013): “En las reglas del juego del capitalismo (…) el talento fluye hacia donde está el dinero. Lo que debemos lograr es que el dinero fluya hacia donde está el talento”.

El que sabe, sabe

En 2009 un editorial de la revista Nature, titulado “Cuba’s biotech boom“, se refería a esta experiencia en Cuba como “la más establecida industria biotecnológica en el mundo en desarrollo, la cual ha crecido aun en ausencia del modelo de capital de riesgo que los países ricos consideran un pre-requisito”. Casi desde sus inicios en los años ochenta, la marca autóctona, sui generis, define el devenir de la biotecnología cubana.

Los centros del Polo Científico del Oeste de La Habana surgieron como instituciones de ciclo cerrado, es decir, se encargan de la investigación y desarrollo (I+D), producción y comercialización. Ello conllevó la ventaja de que el proceso completo quedara bajo la misma administración, lo cual redunda en eficiencia y una cultura laboral compartida que mira a todas las etapas.

Luego, los resultados son harto elocuentes. La producción de vacunas profilácticas contra enfermedades infecciosas, biofármacos dirigidos al tratamiento del cáncer, medicamentos para la prevención y tratamiento de afecciones cardiovasculares, y una terapia de la úlcera de pie diabético, ofrecen amplia cobertura de abastecimiento al sistema nacional de salud, y generan exportaciones con significativo valor agregado.

Asimismo existen equipos para cardiología y neurología, programas para la detección de malformaciones y enfermedades heredo-metabólicas, kits de diagnóstico para distintos tipos de cáncer, entre otras múltiples prestaciones. La contribución a reducir la meningitis, la hepatitis y la mortalidad infantil engrosa la larga lista.

“Lo que nos diferencia de una multinacional, o de cualquier empresa tradicional biotecnológico-farmacéutica, es precisamente ese impacto en salud”, explicaba Norkis Arteaga, jefa del Departamento de Negocios del grupo BioCubaFarma, durante un foro comercial con empresarios británicos, efectuado a inicios de este año.

Entretanto, las ventas externas, que abarcan más de 50 países, representan un salto cualitativo respecto al catálogo cubano de productos tradicionales y materias primas (níquel, tabaco, cítricos, ron, azúcar, miel, frutos del mar). Sin embargo, la actividad exportadora del sector de alta tecnología queda rezagada, con 13,6 por ciento del volumen total.

Aun así, los ingresos desde el extranjero provienen también de la negociación de intangibles, es decir, el valor del conocimiento; ya sea a través de patentes de productos terminados –más de mil 400 en todo el mundo-, financiamiento de proyectos en desarrollo u otras modalidades.

Por este concepto, el CIM ha recibido 52,7 millones de dólares, desde su fundación en 1994 hasta 2012. Hace pocas semanas la compañía japonesa Daiichi-Sankyo les ofreció 13 millones, “sin vender, nada más apostando a la potencialidad de nuestros productos para la distribución allá”, anota la doctora Idania Caballero, especialista en Gestión del Conocimiento del Centro.

Por otro lado, Arteaga opina que las patentes otorgadas a los biofármacos cubanos constituyen sinónimo de soberanía. “Podemos decidir qué hacer con nuestros productos sin que nadie venga a impedirnos actuar con respecto a ellos”. La política sectorial recogida en la Cartera de Oportunidades de Inversión Extranjera subraya asimismo la protección a la propiedad intelectual.

Esta expansión internacional comprende 40 ensayos clínicos que realiza BioCubaFarma en 24 países, incluyendo los Estados Unidos.

“Ellos a lo mejor no necesitan nuestra azúcar, pero si tenemos el Nimotuzumab, un fármaco distintivo, único, que sirve para cáncer de cabeza y cuello, que recibió premio de la Oficina Internacional de Patentes en 2002; los médicos norteamericanos no entienden por qué sus pacientes se tienen que morir, mientras los del resto del mundo pueden salvarse”, apunta Caballero.

Fuera de frontera, la industria biotecnológica nacional emplea diversas posibilidades de negocios, fundamentalmente proyectos conjuntos de I+D, acuerdos de distribución y representación, convenios de transferencia tecnológica, empresas de capital 100 por ciento cubano y mixtas. Bajo esta última modalidad existen plantas productivas en India y China, al tiempo que se construye otra en Brasil.

El plan de exportaciones de BioCubaFarma en 2014 alcanza más de 700 millones de dólares, y en el próximo año la cifra asciende a mil millones, según publicó el periódico Trabajadores a finales de 2013.

Por esa fecha, José Luis Fernández Yero, vicepresidente del grupo, informó en el programa televisivo Mesa Redonda que la organización se propone duplicar sus ventas al exterior en los próximos cinco años, con estimados de 5 076 millones.

Dos pasos adelante, y uno más

En su libro La economía del conocimiento y el socialismo, Lage asevera que el saldo exitoso de la biotecnología cubana es esencialmente una experiencia socioeconómica, de construcción de conexiones entre la ciencia y la economía. En cuanto a los indicadores asistenciales logrados, “hay que leer no solo un fenómeno sanitario, sino un indicador del nivel de inserción de la ciencia en su contexto social”.

Con la creación de BioCubaFarma, las entidades del Polo Científico y Quimefa pasan de unidades presupuestas a Empresas de Alta Tecnología (EAT). En fecha reciente el conglomerado aplicará un proceso para categorizar a sus instituciones como EAT. Los requisitos aquí son: poseer ciclo completo, ser rentable, tener una productividad mayor a tres veces la media del país, personal de alta calificación y 30 por ciento de sus productos comercializables provenientes de su I+D.

Esto centros podrán emplear hasta el 20 por ciento de las utilidades antes de impuesto para invertir en I+D, además de los fondos ingresados por negociación de intangibles, y tendrán la posibilidad de exportar directamente e importar insumos críticos, entre otras atribuciones especiales.

“Ha ido emergiendo un nuevo tipo de organización productiva –afirma Lage. No es una empresa convencional, como la que tenemos en otros sectores. Pero tampoco es un centro científico como los que tenemos en el sector presupuestado de la ciencia y la técnica. No encaja en ninguno de los dos esquemas, y sería un error tratar de amoldarla a uno cualquiera de ellos”.

Según trascendió en un taller realizado semanas atrás en el CIM, la Empresa de Alta Tecnología debe tener un papel decisivo en la solución de dos retos importantes de la economía cubana actual: su inserción en el contexto mundial y la conversión del capital humano formado en el principal recurso económico del país.

La “alianza estratégica” con la Comercializadora de Servicios Médicos Cubanos (SMC) para exportar “paquetes integrales” de salud, viene a ser un buen ejemplo de articulación de cadenas de valor.

Hoy el impacto de la ciencia y la tecnología en el PIB cubano es de 0,4 por ciento como promedio; mientras 1,11 por ciento de la población económicamente activa son investigadores, uno de los índices más altos de América Latina.

“Eso dice que hemos sido buenos haciendo que el dinero se convierta en potencial humano, pero no en que ese potencial nos dé más dinero para seguir desarrollándonos”, afirma Lage. En este sentido resultan decisivas la conexión estrecha con las universidades y la motivación de los trabajadores.

Algunos se preguntan en qué medida el aprendizaje y el modelo de desarrollo que ofrece la biotecnología cubana puede ser absorbido por otras áreas. El director del CIM destaca que si bien este campo tiene rasgos propios, los procesos subyacentes responden a vínculos entre ciencia y producción, que son en gran parte generalizables a diversos sectores de alta tecnología, como la informática, las comunicaciones y los nuevos materiales.

Entonces, en el contexto deseable de la llamada economía del conocimiento, un futuro promisorio luciría más o menos así: “La función creciente de la ciencia, la gestión del conocimiento, la educación, la motivación, la cultura y la creatividad, penetrará y se hará evidente en mayor o menor medida en todos los sectores de la producción material, desde la cibernética hasta la agricultura”.

 

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