Servicio Social (5)

Francisco Castro

El malecón de La Habana. Foto: Ana Maria González

El día de mi cumpleaños fui al departamento de Recursos Humanos de la Radio Cubana, y después de esperar a que la señora que me debía atender terminara de reír con el capacitador de la emisora, me senté frente a su buró con el corazón en la boca y un mal presentimiento.

Ella me dijo que sin la dirección en Ciudad de La Habana era imposible que me contrataran en cualquier centro de trabajo de la Capital.  Yo comencé a explicarle que me había informado en el Ministerio de Cultura sobre lo que debía hacer.

Que el director de la emisora debía redactar una carta dirigida a ella, en la que dijera que aceptaba que yo realizara mi servicio social en la emisora, y que por tanto solicitaba que se me contratara de forma excepcional, por dos años. Esto es lo que establece el Decreto Ley 268 Modificativo del Régimen Laboral.

Claro que ella no me dejó terminar mi explicación. De forma tajante y grosera me dijo que ella conocía la ley, que yo no le tenía que explicar nada, y me preguntó qué hacía yo en esa emisora.

Yo le dije que había sido asignado por el Ministerio de Cultura para cumplir mi servicio social allí.  Y me respondió que esa boleta no servía para nada, pues era ella la que solicitaba el personal para las emisoras, y que no recordaba haber pedido a nadie para Radio Progreso porque allí no hacía falta, y menos directores.

Así que yo no hacía falta en la emisora, y la boleta hecha por el Ministerio de Cultura no servía. Obviamente comencé a ver todo negro y con algunas pintas de colores brillantes.

Es muy duro que te digan que no haces falta, es muy duro cuando el rechazo viene desde la incomprensión, la intolerancia, los prejuicios y la ignorancia.  Es un momento en el que sientes que toda tu vida es un gran latón de basura, y que todo lo que creías haber logrado se esfuma como los gases fétidos que se desprenden de los desperdicios.

Obviamente ellos no me iban a dejar en la calle.  Me tenía una oferta de trabajo. Donde yo de verdad era necesario, era en un círculo de interés en el Palacio de Pioneros.  Allí necesitaban un instructor que enseñara a los niños cómo se hacía un programa de radio.  Si aceptaba esa oferta, pues ellos harían todas las gestiones para que me pudieran contratar allí de manera excepcional.

Muy pocas veces en la vida se siente que el mundo se nos viene encima.  Ese momento de impotencia es uno de los más desagradables que he tenido que enfrentar, y sinceramente no se lo deseo a nadie.

Una gran decepción me quedó dentro, como residuo de toda la impotencia y la rabia que tenía dentro.  Todo me parecía una gran mentira, un complot gigantesco no solo contra mí, sino contra todo lo que representa cambio, renovación, revolución.

Sentí unas ganas enormes de irme del país, de romper mi título universitario, de gritar horrores.  Descubrir estos sentimientos en mí me causó una gran tristeza, y caí en una profunda depresión.

Por suerte salí pronto de ella.  Seguí trabajando en el cuento para la televisión con mi tutora, y esto me cargó positivamente de deseos de seguir trabajando.  Encontré otra vez mi vocación, y la perspectiva de nuevos trabajos aliviaron mi espíritu.

Ahora estoy a la espera de recibir mi carné de identidad con dirección temporal en Bauta, un municipio de Provincia Habana en el que vive un amigo mío que me brindó su casa de buena voluntad.  Veremos si finalmente, con mi carné “limpio,” puedo cumplir con mi servicio social en la Capital de “todos los cubanos.”

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