Chapa Numero 40787

Irina Echarry

Malecon de La Habana. Foto: Bill Hackwell

Cuando se habla de la violencia contra las mujeres en Cuba, hay que decir que las que viven fuera de la capital son las que peor situación tienen.  Allí, el machismo (de ambos sexos) es más fuerte, las costumbres cambian menos que en la ciudad, hay menos opciones laborales y una serie de condiciones socio-económicas y culturales que posibilitan las conductas de agresividad hacia ellas.

Hace unos día, al subir a la guagua mis ojos tropezaron con un hombre vestido de uniforme que “jugaba” (esa fue la primera impresión) con su “novia.”  Ella, sentada; él, de pie a su lado.  El modo de apretarle el cuello con todo su brazo me pareció muy tosco para un juego.  Enseguida comprendí de qué se trataba la cosa.

Había tensión entre ellos.  Había tensión entre todos los que viajábamos a su alrededor, la mayoría muchachos muy jóvenes con intenciones de bañarse en la playa.

La tensión entre el hombre y su “novia” fue aumentando.  Ella le pedía que no la tocara y entonces él apretaba el cuello con más ferza y le recriminaba por alguna conversación con alguien que a él no le agradaba.

No le quité la vista de encima, con deseos de interceder, pero ¿a quién iba a llamar?  ¿a un policía?,  si lo tenía delante.  Impedir que él continuara golpeándola (los manotazos y los apretones continuaron hasta que bajaron del ómnibus) en ese momento no iba a resolver mucho.  En caso de que  me escucharan, cuando estuvieran a solas se desquitaría con más saña.

La muchacha era muy joven y se notaba que hacía poco había abandonado su provincia oriental (o estaba de visita en la Habana).  Si yo hubiese conocido algún centro de ayuda la hubiera ayudado.

Decirle que visitara una de las Casas de Atención a la Mujer y la Familia hubiese sido una burla, entre otras cosas porque era sábado en la noche, mal día para que alguien necesita auxilio.

Avisar a una estación de policías y entregar el número de la chapilla del abusador no resolvería mucho, sin pruebas y sin la acusación de la víctima.  No me parece que los policías, hasta este momento, hayan recibido alguna educación respecto al tema.

Son hombres, la mayoría viene de las provincias orientales -donde “situar a una mujer en su lugar” es cosa común-. Los demás pasajeros se quedaron incómodos, pero la mayoría eran hombres y algunos expresaron su preocupación por “¿qué habrá hecho la niña? Estas orientalitas son la candela…”; otros solo movieron la cabeza como negando, como si con eso se resolviera algún problema.

Ojalá alguien con cierto poder leyera esto.  Y actuara.  La experiencia me ha enseñado que es poco lo que se logra cuando intentamos unirnos fuera de una organización establecida, pero las mujeres y los hombres amantes de la armonía, el respeto y la paz, debiéramos hacerlo.

Quizá a alguien le interese conocer que la chapa de ese policía era 40787, pero él no es el único, con uniforme o sin él.

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